Eurovisión, planazo

Poco o nada podemos esperar de este concurso que, como siempre, se utiliza como una herramienta pueril y banalizada

Todos los años nos plantamos frente al televisor para ver uno de los concursos musicales más ansiados del año o, por lo menos eso es lo que nos quieren vender. Debo reconocer que no pertenezco a ese nutrido grupo de fans televisivos que ve el susodicho concurso y menos de esos que pierden una noche de su santo y bendito fin de semana con la ilusión de ver alzar entre sus brazos una copa o un premio a un cantante, como si una competición europea de fútbol fuese.

Pertenezco a esa generación perdida que nació y murió en el mismo instante que Rodolfo Chikilicuatre ascendió a los cielos, triunfó y murió, este sí que venció honrado y meritorio, en un año en el que quedó en el puesto dieciséis. Sí, soy de esas personas que pensaron que ese año sí era el nuestro, pero no por méritos solo, sino por cabezonería e ímpetu, por dignidad propia y por coraje. Por una vez éramos capaces de reírnos de los europeos, pero de verdad.

Después de esa edición, caí en desgracia con Eurovisión. Todos los aspirantes que se presentaron eran sutiles cantantes con ganas de proyectar su carrera musical -y el de las discográficas- a costa del dinero del resto de los españolitos. Atrás quedan las últimas posiciones en ranking, gallos a media voz, espontáneos, chupópteros y algún profesional o profesionala que sobrevivió al queme de Eurovisión.

Poco o nada podemos esperar de este concurso que, como siempre, se utiliza como una herramienta pueril y banalizada que intenta jugar con el amor patrio a lo cutre, en un intento de animar a los españoles a sentir la patria trasnochada, que todos los años nos asalta con las mejores intenciones y la más prometedoras expectativas, para terminar en el cuarto trasero de un acontecimiento en el que el resto de países se lo toman como hay que tomárselo, con la seriedad y la profesionalidad que merece un proyecto de más de medio millón de euros.

Señores y señoras que todo lo ven y todo lo saben, si no saben dónde gastar el dinero, no lo malgasten en la malsana ignominia y dejen ese dinero para sanidad, educación o para el ferviente gasto social, que así por lo menos le ahorramos el bochorno a Amancio Ortega de tener de donar dinero y medios al Estado. Entonces, esto sí que sería una buena actuación de una merecido y digno Eurovisión. Una forma de honrarnos el bochorno de año tras año que no merecemos.

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