Extravagantes rarezas

La extravagancia acaso contribuya a comprobar el inadvertido, pero grande, valor de la normalidad

En qué se parecen una jueza pitonisa y un padre de treinta hijos? Chiste aparte, aunque no lo sea, ambas excentricidades coinciden en eso mismo, en su rareza extravagante. La jueza, que es titular de un juzgado de vigilancia penitenciaria, parece ofrecer públicamente, con reclamos impresos, sus servicios como tarotista y vidente, acaso aburrida de la prescripción de los códigos jurídicos y deseosa de alternarla con la arbitraria resolución de las suertes adivinatorias. Antecedentes rompedores no faltan tampoco a la magistrada, en los considerandos de su biografía y de su ejercicio profesional, porque también se dice que era dada, algunos ratos, a descocarse en un local de estriptis de un amigo; que ponía en solfa los juzgados sobre violencia de la mujer, en uno de los cuales ejerció; o que llevaba un gato a las vistas tal vez para distraer las litigiosas comparecencias y templarlas ante un lindo gatito.

Al apodo de Canuto responde un varón, anda, con treinta hijos de varias esposas. Si esta desbordada paternidad produce asombro, se cuenta que el progenitor presume de no haber trabajado nunca -entiéndase que la procreación no es una actividad laboral, aunque se hagan hijos como churros-. La Guardia Civil, tras el requerimiento de la Fiscalía de Menores, ha facilitado que los trabajadores de los Servicios Sociales puedan recoger del colegio a once de esos treinta hijos, de entre cinco y doce años de edad, por una supuesta desatención familiar de los mismos. Circunstancia que, además del desconcierto de los menores, ha ocasionado que una muy pequeña escuela pierda buena parte de su alumnado. Las informaciones sobre el caso aluden a que el padre mantiene una convivencia normal con tres de las cuatro madres de sus hijos -a veces no hay nada más relativo que una singular normalidad- , en una casa cueva, que no una cueva prehistórica. Vecinos de esta familia extendida -sin entrar en más detalles de los modelos de familia- opinan que las mujeres están de acuerdo con esta convivencia y que el hombre, ahora algo achacoso, sí que había trabajado con anterioridad, aunque fuera de vez en cuando y haciendo canastas de mimbre para dar de comer a los niños. Luego la extravagancia, además de ofrecer muestras anecdóticas que reclaman atención por su descacharrante heterodoxia, acaso contribuya también a comprobar el inadvertido, y a veces cuestionado, valor de la normalidad.

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