Más allá de los claroscuros de una vida, que en todas los hay, y de la gigantesca grandeza intelectual de Joseph Ratzinger, "un líder valiente -afirmó Obama- en la defensa de las verdades fundamentales", me interesa hoy destacar el núcleo de su pensamiento, aquello que hizo de Benedicto XVI un Papa profundamente cristiano, conocedor de los gravísimos riesgos de una realidad, la nuestra, movediza, desconcertante e incierta.

Ratzinger sentía que el concepto de verdad se desmorona, que triunfa el "pensamiento débil", que "se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos". Occidente ha entrado en una espiral de irracionalidad que amenaza con arrasar nociones básicas de nuestra civilización: la auténtica libertad, el genuino pluralismo, el debate sereno que abomina de cancelaciones y de linchamientos mediáticos.

Benedicto XVI entendió, señala Francisco José Contreras, que el eclipse de la razón será también el del cristianismo. De ahí su defensa de la capacidad humana para acceder a la verdad a través de aquélla. Los grandes pilares de lo que somos (la ciencia, los derechos humanos, la dignidad e igualdad ante la ley, la separación de poderes) nacieron, a veces paradójicamente, de la cosmovisión cristiana. Ratzinger fue celoso guardián de ese legado: "mi intención, escribía en el discurso de Ratisbona, no es hacer una crítica negativa"; "nos alegramos, añadía, de las posibilidades abiertas a la humanidad"; "pero también vemos inquietantes peligros, concluía, que sólo lograremos evitar si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo".

Durante su Pontificado, Benedicto XVI insistió en que la razón, que es la obra de un Dios racional, permite el acceso a la verdad y a la belleza objetivas. No es, por desgracia el argumento que impera. Conceptos como el de democracia, libertad o igualdad no se asientan ya sobre fundamentos sólidos, provocando un guirigay de horizontes incomprensibles, incoherentes, extrañamente gaseosos. La posmodernidad -habla otra vez Ratzinger- ha renunciado a lo sobrenatural, "generando una crisis de significado y de valores".

Él no pudo detener esa deriva tan empobrecedora. Pero, al menos, nos dejó una férrea fe en la esperanza: "la puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta [por Cristo] de par en par". También para el Papa sabio que ahora, por fin, descansa en paz.

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