Pensaba abrumado, que solo podía haber algo más grande que el universo, y era con bastante probabilidad, la estulticia humana. De pequeños jugaban a las canicas y a los cromos, algunos afortunados tenían un scalextric, que algún rey generoso les dejó en sus zapatos una navidad cualquiera. Las niñas, al igual que ellos, jugaban a los cromos, con los recortables, y con alguna que otra muñeca a la que vestían y desvestían, haciéndole trenzas en aquellos cabellos rubios tan envidiados por algunas madres, que les oxigenaban el pelo a sus hijas para parecerse a ellas. Pero entre todas las cosas, la calle era el lugar más deseado por los niños y niñas para correr y jugar a sus anchas, desarrollando toda su imaginación y su energía. Jugaban con un balón, con una cuerda, al elástico, al pilla-pilla o al escondite, hasta caer rendidos. El desarrollo les pilló de pleno, y desprotegidos, el hambre de poseer, de conocer, de llegar a la meta antes que el otro, les hizo competir en un mundo cambiante, sin reflexionar sobre el coste que podía tener esa carrera alocada hacia ninguna parte. Ni el tiempo se detiene, ni la tierra se ensancha, ni se multiplican los panes, y era eso, pensaba él, lo que se estaba destapando en estos momentos de la historia. Le bastaba echar una ojeada a cualquier página de un periódico o meterse en internet, para que se sintiera acobardado con los mensajes apocalípticos del futuro inmediato de esta acogedora "pacha mama", a la que habíamos condenado sin remisión. Encendía el televisor y el rosario de males no parecía tener fin: virus letales que diezmarían la población mundial se cernían sobre nuestras cabezas, el pánico se empezaba a desatar con la amenaza del "apagón", se hablaba con profusión sobre la depresión y el suicidio, la pobreza avanzaba a pasos agigantados, y en breve no habría espacio para esta humanidad que se expandía sobre la faz de la tierra sin control alguno. Esta exposición lamentable, se compensaba con programas de evasión, vacuos pero eficaces, se cambiaba la desazón por el fin del mundo que se nos vaticinaba, por los problemas de la cantante caída en desgracia y su hijo, por el reparto de una herencia, y ese debate se convertía en la razón de vivir de miles de personas abducidas por tan profunda inquietud… A veces pensaba que se acababa de despertar de un mal sueño, de que si aguzaba el oído, escucharía a su amigo Pepe llamarlo desde el patio para bajar a jugar a la peonza. En aquella época soñaban con tener un coche cuando fueran mayores, tener un piso bonito en el centro de la ciudad y un trabajo seguro. Todo eso, lo tuvieron, y con creces, pero ahora debían de preocuparse de ser felices, algo para lo que no se les había preparado nunca. Ahora sí escuchó con claridad a su amigo Pepe, le esperaba para echarse esa partida de dominó, acompañada de un buen carajillo. Felicidad en estado puro.

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