Feliz cumpleaños

Las personas que forman parte de nuestra vida son un activo clave de salud mental

Los niños jugaron su papel a la perfección. Con una deliciosa mezcla de inocencia y astucia me fueron sugiriendo distintas rutas apetecibles para un sábado por la mañana. Ora unas compras, ora deporte. Temiendo que pudiéramos llegar antes de lo pactado los dos "ganchos" lanzaron la ofensiva final: "papá: ¿vamos a ver bicicletas?". Y eso, disculpen el vicio, nunca se puede rechazar. Luego, llegado el momento propicio, nos plantamos en casa. Con el atuendo propio de quien ha estado sudando y aderezado todo con el elegante punto que aportan unas zapatillas hogareñas crucé el umbral que separa el salón del patio trasero. Este texto, en realidad, no es más que algunas sensaciones resumidas de una fiesta sorpresa por mi cuarenta cumpleaños. Pero lo que intento transmitir hoy es la importancia nuclear que tiene para el devenir existencial la gente que forma parte de nuestra vida. Pasamos la vida rodeados de personas pero no siempre apreciamos la importancia que éstas tienen en nuestro aparato emocional. Partimos de la familia nuclear. El factor común a todas es que no se elige. Aunque nos viene determinada por el azar esta resulta clave pues es el primer espacio donde nos desenvolvemos como personas y nos desarrollamos en sociedad. Incluso ya de adultos sigue siendo un activo fundamental para nuestra salud sirviendo de estímulo para ser mejor hijo, mejor hermano, mejor padre. Y luego están la pareja y los amigos, esa otra familia que sí tenemos la oportunidad de seleccionar. Esconden una magia especial porque esas relaciones pueden nacer en cualquier momento y lugar. Decía Carl Gustav Jung , psiquiatra suizo, que el encuentro entre dos personalidades es como el contacto de dos sustancias químicas. Pueden permanecer inactivas o reaccionar, transformándose ambas para siempre. Una relación sana de auténtica amistad o amor verdadero sencillamente cambia tu mundo interno. Debía hacer como veinticinco años que no notaba la sensación de rubor en las mejillas. Una veintena de voces, secundadas por el "bum" de unos cañones de confeti, corearon el cumpleaños feliz a un servidor. Mi cabeza iba a mil pero paradójicamente mi cuerpo fue incapaz de gran cosa. En seguida me embriagué del cóctel de emociones que generan la gratitud y la tribulación. Ese día no faltó nadie: los que estaban pero también los que no pudieron venir. Me sentí inmensamente feliz, abrumadoramente rico. Os quiero.

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