Carta del Director/Luz de cobre

Ferrocarril de Alméria, final en Huércal

Tratar de contentar a todos es siempre complejo. En el caso que nos ocupa el traslado a Huércal es lo más coherente

Desde el miércoles y hasta el final de las obras del paso a nivel de El Puche, Huércal de Almería se va a convertir en la estación término del ferrocarril en la provincia. Los trenes que nos unen con Madrid, Granada y Sevilla saldrán o concluirán su viaje desde una estación olvidada desde hace años y que ahora, con un pequeño lavado de cara, va a recuperar a lo largo de un año, plazo estimado de las obras ya comenzadas, el esplendor que antaño tuvo.

La apuesta de Renfe tiene sus partidarios y detractores. Entre los primeros se encuentran aquellos que entienden, entendemos, que para la realización de los trabajos con cierta normalidad, sin contratiempos y en evitación de riesgos, el planteamiento es correcto. Es verdad, nadie lo pone en duda, que las molestias ocasionadas a los viajeros serán notables. Incluso, hasta es posible, que el número de ciudadanos que decidan tomar el tren experimente un notable descenso. Bien es cierto que desde el administrador ferroviario se ha puesto un servicio de autobuses y taxis. Pero todos conocemos que todo aquello que suponga un esfuerzo extra, se entiende como un contratiempo, a veces difícil de superar.

En el lado contrario están los que, como es el caso de la Mesa del Ferrocarril, defienden que los trenes, pese a las obras del paso a nivel, sigan concluyendo e iniciando su trayecto en la estación como lo hacen desde hace más de cien años. Consideran que desde la empresa se debía haber contemplado un bypass que, de alguna manera, sorteara las obras y evite el desplazamiento hasta Huércal de Almería. Recuerdan los defensores de esta propuesta del tren hasta la capital el caso de Granada. Allí han estado cinco años sin que los convoyes lleguen a la estación, tiempo que han tardado en acondicionar el espacio para la llegada de un AVE, que aún se desconoce cuando surcará los railes de la ciudad de la Alhambra. Sea como fuere, lo cierto es que de una u otra manera cuando se comienza una obra todos debemos entender las molestias que ocasiona. Molestias que por fortuna acaban en el ostracismo cuando terminan, la normalidad se recupera y se perciben las mejoras que los trabajos han supuesto.

Tratar de contentar a todos siempre es complicado. Cuando se toman decisiones, cuando se opta por una solución frente a la contraria, el camino a recorrer en elogios y críticas es similar. Lo importante es buscar y optar por la alternativa que ocasione menos perjuicios y, sobre todo, tratar de que los tiempos de las obras se reduzcan a la mínima expresión y no se conviertan en la tumba de aquellos que, en la búsqueda de una solución razonable y coherente, vieron como el paso del tiempo y los incumplimientos ahondan en un velatorio que comenzará con música de réquiem y puede terminar como rosario de la Aurora.

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