Dicen que es a partir de los diez años de edad (4º de Primaria) cuando empezamos a hacernos las grandes preguntas del ser humano. Es entonces cuando empezamos a ser conscientes de que el mundo es mucho más que nosotros mismos, nuestra familia, nuestra casa, nuestros amigos y nuestro barrio. Existen el universo, la muerte, el destino, la sociedad… y una montaña infinita de preguntas que hacernos. Más adelante, en la adolescencia, no basta solamente con hacerse preguntas. Se buscan respuestas, desesperadamente. Aparecen nuevos sentimientos fuertes como el de indignación, protesta, esperanza o desesperanza. Es una etapa donde nos preguntamos, casi a diario, qué estamos haciendo en este jodido mundo, si nos gusta la dirección que va tomando nuestras vidas, si lo estamos haciendo bien o mal con el prójimo...

El origen de la filosofía se remonta a la antigua Grecia, una etapa donde se estableció la base de todas las teorías filosóficas que llegan hasta nuestros días. Matices aparte, fijémonos que se trata de una sociedad en la que un pequeño número de privilegiados disponían de algo que el resto de la población no tenía: tiempo. El trabajo manual era desarrollado por esclavos. Solo cuando el ser humano tiene cubiertas sus necesidades básicas de alimentación, seguridad y vivienda, puede plantearse otro tipo de reflexiones, más allá de lo meramente cotidiano.

El verano es sobre todo eso, tiempo. Nuestros jóvenes disponen de casi tres meses donde no tienen ninguna obligación académica. Es cierto que los quehaceres adultos no cesan, que hay muchos trabajos que no descansan en verano y que tal vez no tengamos ni siquiera un día de vacaciones (o dos semanas, a lo sumo), pero recordemos que en la habitación del fondo del pasillo, esa que siempre está cerrada, alguien se está preguntando ¿quiénes somos? ¿qué es la muerte? ¿qué es el amor? ¿qué es el destino? ¿tiene arreglo la sociedad?. A su manera y seguramente centrado en cosas que a los adultos nos resultan triviales y sin importancia… pero está filosofando. No desaprovechemos este tiempo de verano para plantear más de una y más de dos conversaciones, puntos de encuentro, espacios para compartir opiniones con nuestros hijos e hijas. Da igual la excusa: algo que les ha pasado, una noticia de televisión, algo que hemos leído, un pequeño paseo o la última película que hemos visto. Lo agradeceremos y nos lo agradecerán.

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