Final de un ciclo

La vida se afronta con todo lo que tienes y te dejas hasta el último resquicio para conseguirlo

Todos los años acabamos en el mismo lugar, exhaustos, cuasi agotados del devenir de un ciclo más que se ha empeñado en dejarnos hasta el último aliento. No entiendo la vida de otra forma, no me han enseñado a vivir de otra manera. La vida se afronta con todo lo que tienes y te dejas hasta el último resquicio para conseguirlo. Con la inquebrantable voluntad de vencer, con la inexorable determinación de seguir siendo fiel a tus principios y a tus valores, que no son otros que la sensatez y la honestidad de presentarse a sí mismo si perecer en el intento.

Este año 2021 ha sido la segunda temporada del Covid-19. Creíamos que íbamos a salir indemnes, pero no ha sido así. Se acerca la tercera temporada del 2020, y esto no tiene visos de acabar. Tendremos que vivir con el miedo en el cuerpo, con las medidas de autoprotección sanitarias a flor de piel, con la muerte rondándonos los hombros. Pero ya no hay marcha atrás. Debemos aprender a vivir así, como lo hace un soldado al amanecer, sin saber a ciencia cierta si un día más sobrevivirá al caos y al abismo.

Este año también se ha caracterizado porque nuestros hermanos y hermanas en La Palma han tenido que vivir y convivir con un volcán que se antojó erupcionar y que con su terrible belleza ha arrastrado toda la memoria, la infancia y el pasado de un pueblo que apenas ha podido digerir el drama que en estos últimos meses ha tenido que soportar. Apenas llegan las ayudas, calculadas expeditas en torno al 10 por cierto de lo prometido y un futuro incierto que ha sido devorado por la lava y tremor volcánico. La Palma, muy presumiblemente, acabará como el Delta del 2002; o como nuestros compatriotas en Lorca, en 2011: pasto del olvido y de la prensa rosa.

Y, por último, este año que ya por fin acaba nos deja el primer rescate que ha recibido España de la Unión Europea, de 30K mill. de euros, y que sólo es la antesala de la situación dramática que esta pandemia ha dejado en las arcas públicas del Estado y que presentan el tamaño de la cicatriz social que se va a abrir cuando se certifique que este país que hace dos décadas asombraba al mundo por escenificar una economía fuerte y sana, pase a formar parte de los países subsidiados de Europa, por segunda vez en su historia moderna. Atrás quedan los grandes proyectos como estado y como país, para acabar siendo una parte más de la enfermedad que atesora nuestra nación: la insolidaridad y la ilegalidad, como el orden natural de las cosas.

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