En nuestra remota juventud, lo único que exportaba España a Alemania era mano de obra poco cualificada y, por tanto, barata. España recibía a cambio unas remesas de divisas, que eran casi las únicas que ingresaba el país en lo "mejor" de la Dictadura. De paso, Franco se quitaba de encima un puñado de parados, potencialmente conflictivos. En estas últimas décadas hemos llegado a tener algunos años con superávit en la balanza de pagos, la cual ha dejado de ser un problema para nuestra economía. Ahora les vendemos, entre otras muchas cosas, productos agrícolas. También les vendemos coches, aunque sea con licencias alemanas, francesas y otras, y los beneficios se vayan a esos países. Eso sí, los salarios se quedan aquí. Y ahora queremos dar un salto y venderles productos de alta tecnología y etiqueta medioambiental. Eso llegará cuando empecemos a producir hidrógeno verde, que es a lo que estamos. Mientras tanto, dentro de pocos meses les vamos a vender gas natural. En realidad, más que vender, se lo vamos a revender, porque el gas nos viene de Argelia o de Oriente Próximo. En eso tenemos práctica, gracias al extendido sistema del estraperlo que tanto funcionó en los años cuarenta. ¡Quién nos lo iba a decir cuando, allá por los sesenta, lo único que mandábamos a Alemania eran los susodichos emigrantes! Con sus maletas de cartón amarradas con una cuerda se subían a un vagón de tercera arrastrado por una locomotora de carbón, y tardaban uno o dos días en llegar a Frankfurt o a Bruselas.

Lo del gas natural: dice la ministra del ramo que en nueve meses habrá un gasoducto de Barcelona a Carcasona, para enlazar con la red europea. Y lo han solicitado los alemanes. A este paso vamos a tener que importar mano de obra alemana para invernaderos y bares. Lo duro de entender es que estemos tan entretenidos con el gas cuando ya deberíamos estar ahítos de energías renovables. Todos sabemos por qué estamos atrasados en la producción de estas energías verdes: porque no se ha invertido lo suficiente, sea por desconfianza de los inversores, sea porque los combustibles fósiles siguen siendo más baratos; en España fue peor porque durante el mandato de Rajoy, no solo no se impulsó la energía renovable, sino que se puso un llamado "impuesto al sol". Y ahora, la guerra de Putin nos ha pillado, como decía Di Stéfano, "cagando y mirando a la bahía". Es decir, confiados en la baratura del gas ruso y sin esmerarnos mucho en realizar los proyectos alternativos.

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