La tapia con sifón

Gastronostalgias

Cuando visito un restaurante por primera vez, para hacerme una idea de su nivel suelo pedir un dry martini

Cuando se acerca el otoño, el cuerpo y la mente piden algo de nostalgia. Así que releo una serie de artículos que publiqué hace una década en Ideal con el título genérico de Gastrofilias; pretendía llegar a cien monográficos sobre productos y comidas, pero me quedé en setenta y siete. Ya sé que tengo pendiente comentar los locales que han abierto este verano, pero las colas siguen echándome para atrás. Tiempo habrá. Como hay más a punto de abrir, espero que tendré materia para varias columnas. Digo "espero" con cierta inquietud, porque las noticias que me han dado, sobre alguno de estos recién abiertos, una decena de amigos de total confianza, no son ilusionantes.

Una novedad agradable de este agosto -aparte de unas cuantas tapas y platos nuevos que he disfrutado en locales ya veteranos- ha sido un dry martini casi perfecto que he tomado en Burana. Para repetirme con todas las de la ley, copio un párrafo de la "gastrofilia" del 2 de septiembre de 2011: "todos los profesionales, escritores de libros de la cosa y aficionados están de acuerdo en que el dry martini es uno de los grandes clásicos. Casi diríamos "el cóctel". Cuando visito un restaurante por primera vez, para hacerme una idea de su nivel suelo pedir un dry martini. (…) en uno me ponen un vaso bajo con hielo y rodaja de limón, y pretenden echarme un copazo de vermú seco y un chorrito de ginebra. Protesto escandalizado y me contestan que mucha gente se lo toma así. Insisto en que me lo hagan como dios manda y me lo sirven completamente aguado". La verdad es que la otra tarde en Burana también me lo pusieron aguado pero, ante mi comentario, otro barman (o bartender, o mixer) me dice que si le permito que él me haga otro. Y lo hizo, ya digo, muy bueno: muy frío y seco, con el toque justo de un buen vermú. No le pregunté su nombre, pero lo haré y lo publicaré, porque merece estar en la corta lista de los auténticos cocteleros, junto al desaparecido Agustín Sancho (varios años en Alejandro, Espronceda y Hola Ola), el mejor sumiller que ha pasado por Almería; y junto a Valentina, que estuvo varios meses en El vino en un barco. Que, por cierto, está a punto de reabrir con otra empresa y otro nombre: "Tal astilla, cóctel bar". Recemos para que otro "mixer" del calibre de los tres citados esté en la barra, en lugar de los habituales abrebotes mezcladores de jarabes

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