Siempre ha pensado que el paso del tiempo atempera los peores defectos del carácter. La distancia permite juzgar las situaciones o los problemas del pasado con mayor benevolencia. Incluso, en algunos casos, mirar hacía atrás sin ira es el comienzo del camino para la autocrítica y el reconocimiento de los propios errores. La reflexión viene al caso porque han pasado diecisiete años desde que José María Aznar dejó el palacio de la Moncloa, y a la vista de la entrevista con Jordi Évole, parece que los años no han cambiado al presidente.

Aznar nunca fue la alegría de la huerta, incluso cuando quería ser gracioso en un mitin, daba cierta grima porque resultaba forzado y artificial. Quizás la única vez que nos reímos con él, y muchos también de él, fue en aquella ocasión en la que hizo una rueda de prensa con acento tejano. Claro que previamente había tenido un encuentro amistoso, con los pies sobre la mesa con su amigo Bush, y en ese contexto cualquiera se rinde a los encantos del hombre más poderoso del mundo. Aznar no se ha apeado del mirusted, como los santos, los mártires y los héroes no se bajan de los pedestales. Pareciera que el "váyase señor González" se lo podría gritar, educadamente eso si, a cualquiera que mañana no compartiese su forma de pensar España y en España. No hay en el carácter del presidente un rincón para la comprensión o la empatía con el que tiene enfrente. Mantener a estas alturas que la actuación del gobierno durante las horas y días siguientes a los terribles atentados del 11-M fue la correcta, más que tozudez demuestra ceguera. Aunque hay que reconocer que la obstinación de buscar a la banda terrorista ETA en los trenes de Atocha, se mantuvo por el PP durante varios años, incluso en la comisión parlamentaria de investigación. Ha corrido tanta agua bajo aquel puente, con investigaciones, juicios y sentencias incluidas, que uno podría suponer que la corriente se ha llevado el empecinamiento de aquel gobierno y de sus principales protagonistas en defender una versión falsa o falsificada de los atentados. Pensé que el tiempo habría hecho a Aznar más humano, capaz incluso de reconocer alguno de los grandes errores del final de su presidencia, y sin embargo mantiene el genio y la figura del que sigue la linde cuando ésta hace tiempo que se acabó.

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