A la luz del día

Antonio Montero Alcaide

Escritor

Gestión de expectativas

Una cosa es el querer, sea por voluntad propia o ajena, otra el poder y, como efecto, el resultado del hacer, o no hacer

Entre ceos y coaches cunde el asunto de la gestión de expectativas. A ver con los anglicismos de la pérfida Albión revuelta con el brexit. Para entendernos, un CEO no es otra cosa que un flamante director ejecutivo (Chief Executive Officer), mientras que coach viene a ser un entrenador, personal o de grupo, que, sobre todo en el ámbito empresarial, facilita estrategias o prácticas para que los implicados alcancen los objetivos, de acuerdo con sus competencias y habilidades, con el concurso de la motivación, la responsabilidad y hasta pellizcos de creatividad innovadora. Todo esto, con un método, el del coaching, el entrenamiento, que de eso se trata.

Los manuales de autoayuda y las recetas, avaladas por el pensamiento escueto de las citas y las máximas, suelen contar con bastantes adeptos, pero asimismo procuran la aversión de no pocos. Sin embargo, guiados por la virtudes del término medio y del sentido común (tal debería ser el objeto de un buen coaching), pueden encontrarse utilidades que alumbren. A punto de cumplirse las dos primeras semanas del año, quizás llegue el momento de ver frustradas muchas expectativas de hace bastante poco o, en su caso, de retrasar el momento previsto -algo incierto e impreciso, generalmente- para empeñarse en ellas.

Subrayan los entrenadores aquí mentados, en sus estratégicas enseñanzas, que personas con holgada oratoria -políticos, entre ellas- suelen ilusionar con promesas que, después, no pueden materializarse. Esto ya resulta consabido, es una de esas obviedades que acaso conviene recordar, pero un matiz sí importa: en la gestión empresarial, mas no suele ser así en la dialéctica política -para no mencionar la demagogia o el populismo-, las promesas incumplidas pasan factura. Por eso, la ilusión, las expectativas, la buena gestión empresarial no se sostienen en grandes discursos sino en conductas efectivas y, por eso mismo, productivas.

Otro apunte más, a veces el auditorio -y las coyunturas del corto plazo político- llevan al orador a formular expectativas que no considera propias, salvo por una versatilidad o acomodación que puede tener distintos nombres e intereses. Y, por último, anunciar medidas o propósitos con manifestaciones o expresiones categóricas casi siempre trae consigo su imposible consecución. En fin, que una cosa es el querer -ya sea por voluntad y deseo propios o ajenos-, otra el poder y, como consecuencia de ambas, el resultado del hacer, o del no hacer.

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