El Globo de Agen

El museo de Bellas Artes de Agen atesora en sus fondos una de las obras más significativas del Goya maduro

El museo de Bellas Artes de Agen atesora en sus fondos una de las obras más significativas del Goya maduro y más personal. Se trata de un paisaje grandioso en el que un globo aerostático cruza el cielo sobre una llanura entre montañas. Varios grupos de gentes, a pie y a caballo, corren por la tierra siguiendo al globo en su trayectoria, quizá emocionados por el espectáculo o esperando la caída desde el ingenio volante de algún socorro prometido (hay quien sostiene que durante la Guerra de la Independencia, algunos de estos globos ayudaban a las tropas españolas en su estrategia). El cuadro estaba en la Quinta del Sordo tras la muerte de Goya en Burdeos, pues Brugada lo registró en su inventario de 1828. El hijo del pintor, Javier Goya, lo vendió tiempo después al pintor Federico de Madrazo, quien a su vez lo vendió al embajador francés en Madrid, el conde Chaudordy. Este último lo donó, junto a otros cuadros de Goya, al museo de Agen, su ciudad natal. El cuadro se pintó en los años posteriores a la guerra, dentro de un grupo de obras en las que se combinan singulares paisajes inventados -o soñados- con presencia humana a muy reducida escala, quizá con la idea de representar la grandiosidad de una naturaleza habitada por la pequeñez del hombre. Obras como El Coloso, La Feria o La Fortaleza sobre una roca, pertenecen también a este deslumbrante conjunto, cuestionado en su autenticidad por la estulticia de varios investigadores sin fundamento, amparados en argumentos falaces y delirantes, como ya he denunciado reiteradamente. Me quedo con la opinión de Chueca Goitia, manifestada en un ensayo sobre el Goya paisajista publicado en el volumen homenaje a Lafuente Ferrari de 1987, donde califica esta obra como "uno de los grandes paisajes de la pintura española de todos los tiempos". La belleza de su composición, clara y despejada, junto a la extraordinaria calidad de la materia pictórica, aplicada en una felicísima combinación de espátula y pincel -idéntica al fondo de Los Fusilamientos-, maravillosamente informalista, y la fascinante sutileza del color, desde el azul y las cálidas nubes blancas del celaje hasta las tierras salpicadas de verdes y negros del primer término, colocan esta obra en el más puro concepto de lo sublime, tan caro al arte del primer Romanticismo, donde la naturaleza en movimiento, arrebatada y violenta, lleva al contemplador de alma refinada a una experiencia estética turbadora y extrema.

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