No existe en España un manual de manejo de gobiernos de coalición. A diferencia de los electrodomésticos o los teléfonos inteligentes, los gobiernos de coalición carecen de un manual de instrucciones de uso, ni siquiera de una guía rápida para puesta en marcha. Los miembros de las coaliciones van a aprendiendo día a día, la mayoría de las veces aplicando el sentido común, en otras haciendo de la necesidad virtud y en más de una, tragando saliva y mordiéndose la lengua. Es evidente que el vicepresidente segundo del gobierno no está dispuesto a tragar saliva y morderse la lengua, ni tampoco a aplicar criterios de pura lealtad institucional. Podríamos pensar, siguiendo su trayectoria, que esa es su naturaleza y no cabía esperar otra cosa de él. Sin embargo, conociendo su inteligencia y sagacidad política, es evidente que cuando Iglesias ha querido, se ha contenido y ha templado gaitas, haciendo del pragmatismo una virtud y de la "responsabilidad de Estado" una cualidad propia del cargo que desempeña.

El problema es que para Iglesias, más que para su partido, estar en este u otro gobierno, supone una serie de sacrificios permanentes y de renuncias constantes a su ideal de democracia y de sociedad. La tensión vital entre la pulsión revolucionaria de Iglesias y las obligaciones y limitaciones que impone gobernar un país y tomar decisiones en muchos casos impopulares y complejas, casa mal con la experiencia intelectual y académica del líder morado. Gobernar es intentar cambiar y mejorar las cosas, pero también implica renunciar y adaptar los programas y la voluntad, a la realidad y las circunstancias. Esto es aún mucho más evidente en una situación de pandemia y crisis económica, que ha puesto patas arriba la planificación o el proyecto que Iglesias y Podemos pudieran tener de su participación en el gobierno de España. Cuando apenas ha transcurrido un año de gobierno de coalición, el vicepresidente segundo debería tener muy presente aquello de que no todo el monte es orégano. El camino de un gobierno no es fácil, menos con una crisis sanitaria y económica como la que vivimos. Se entra en un gobierno para lo bueno y para lo malo, para tomar decisiones populares que gustan a la mayoría, y decisiones difíciles e impopulares. Pero las dificultades no pueden ser sorteadas situándose permanente en los márgenes del gobierno o utilizando a su grupo para hacer oposición.

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