Gracias o agradecimiento

Dar las gracias no implica agradecimiento. No debemos confundirlo ni siquiera necesitarlo

Damos las gracias unas veinte veces cada día. Como casi todo, esta acción cotidiana, está debidamente estudiada y mesurada en diferentes artículos de investigación. No obstante, la mayor parte de esa veintena de gracias son meras fórmulas de cortesía, vacías de simbolismo. El formalismo social no siempre lleva consigo un agradecimiento auténtico, en eso estamos todos de acuerdo. También es cierto que no es lo mismo comprar una barra de pan que hacer un gran favor, obvio. El problema surge cuando nos acostumbramos a esta devolución inmediata ante cada gesto amable y confundimos las gracias con el agradecimiento. Así, nuestro aparato mental y nuestro músculo emocional, acaba necesitando que se reconozca cada detalle, cada cesión y cada esfuerzo que uno haga por los demás. Y si, como sucede muchas veces, no recibimos esa muestra de agradecimiento nos frustramos y sufrimos. "Si me dan las gracias por ceder mi asiento en el autobús cómo puede ser que no reconozcan mi esfuerzo en (el trabajo/mi relación/mi familia/etc.)".

Como cualquier animal que se precie el ser humano es notablemente sensible al refuerzo positivo y (algo menos) al negativo. Si quien tenemos cerca tiende a valorar nuestros esfuerzos positivamente y a relativizar nuestros fallos tendremos un estupendo campo abonado para desarrollarnos. La pega es la que señalábamos antes: corremos el riesgo de necesitar ese refuerzo constantemente y cuando nos topemos con ambientes menos estimulantes podemos venirnos abajo con facilidad. Por el contrario, si nos rodeamos de criaturas que viven nuestros desvelos como algo obligatorio para con ellos y se dedican a señalar con un círculo rojo nuestros supuestos fallos sucederá que probablemente terminemos obviando a esas gentes y nos desmotivaremos para seguir cambiando. Pero, ojo, ambas posturas nos dejan en manos del otro, nos desnaturalizan y nos alejan de quienes somos en realidad. Y, a poco que reflexionemos, no dejan de ser también un acto de notable inmadurez. La auténtica generosidad se basa en dar sin esperar nada a cambio y nadie saldrá más enriquecido que nosotros mismos si integramos esta premisa. Por otro lado trabajar en la línea de la autosuficiencia emocional nos hace más libres puesto que nada nos reportará más felicidad que nuestra propia paz interior, sea cuál sea el panorama externo. Y a la sazón ya se sabe que hay que hacer el bien sin mirar a quién.

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