Resistiendo

andrés / García Ibáñez

El Greco de Toledo

AHORA que se cumplen los cuatrocientos años de la muerte de Domenikos Theotocopoulos y cunden las celebraciones en torno a su figura y a su arte -especialmente la magna exposición que se le dedica en Toledo, de obligada visita-, es momento de revisar algunas apreciaciones sobre su pintura y desterrar lugares comunes que hace un tiempo que se demostraron falaces.

A falta de leer las nuevas investigaciones que aporten los catálogos redactados para estas nuevas exposiciones, podemos afirmar ya, sin riesgo a equivocarnos, que no existe la menor conexión entre la mística castellana y la visión artística de El Greco, lo que destierra definitivamente la visión regeneracionista sobre el cretense, que afirmaba el carácter "netamente español" de su pintura. El Greco fue un pintor encuadrable dentro de la tradición veneciana, que no excluye los rasgos arcaicos de un bizantinismo propio, adquiridos durante su época de pintor de iconos en Creta, su patria verdadera. Fue un creador perteneciente al humanismo neoplatónico italiano, de un manierismo exaltado y personalísimo, casi un expresionista en el sentido más literal y moderno del término. Artista arrogante y consciente de su valía, de extraordinario talento y capacidad de asimilación, absorbió en un tiempo récord lo mejor de la pintura veneciana de su época, llevándola a unos logros antes desconocidos y a sus límites técnicos y estéticos más pavorosos. Parió un mundo estrictamente original, donde seres espectrales que son como lenguas de fuego habitan atmósferas sobrenaturales; una pléyade de santos inmateriales -como si bajo los plegados metálicos de sus trajes no tuviesen cuerpo físico alguno- en actitudes arrobadas o delirantes, explicados con una sinfonía de brochazos violentos y desflecados. Que Toledo le acogió y le dio mucho trabajo es otro mito. El Greco llegó a la ciudad del Tajo por sus contactos de españoles en Italia. Un selecto grupo de humanistas le aconsejaron que se viniera a España, pues el Escorial estaba dando mucho trabajo a los artistas. Tras ser rechazado por Felipe II, se refugió en Toledo, donde sufrió la estulticia del clero local. Sobrevivió gracias a unos cuantos encargos para retablos, casi siempre por mediación de una pequeña élite intelectual, viejos amigos algunos de ellos que le protegían desde la etapa italiana.

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