¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

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El problema de la lucha contra el cambio climático es que nadie está dispuesto a sacrificar su bienestar

Pertenecemos a ese grupo de escépticos a los que Greta Thunberg les da un poco de repelús. Quizás porque consideramos que, en la política y en la ciencia, la adolescencia es más un defecto que una virtud. La juventud da ventajas en el deporte y el sexo, pero poco más, y convertir a una chica sueca en una líder de masas mundiales es tan ridículo como peligroso, un ejemplo más de la infantilización global.

El problema de la lucha contra el cambio climático (una realidad incontestable) es que nadie realmente está dispuesto a sacrificar su bienestar. No nos referimos sólo al maléfico Trump, sino a la gran mayoría de los ciudadanos y a una clase política mundial que, en este asunto, se muestra más hipócrita que nunca. Ahí tienen el ejemplo de esos alcaldes que han acudido a Nueva York para hacerse una foto en olor de santidad climática, pese a que todas sus apuestas de desarollo local se basan en el turismo, una de las actividades económicas con mayor huella carbónica.

Lamentamos el pesimismo, pero a estas alturas es difícil creer que se vaya a conseguir ralentizar el calentamiento global, más en unos momentos en que empiezan a verse nubarrones económicos de primera magnitud en el horizonte. Sin el compromiso de China, Brasil, EEUU, India, Rusia… ¿Cómo se puede lograr? Pero hay algunos líderes que siguen vendiendo ilusiones verdes, no porque anide en ellos el furor numantino, sino porque han convertido el discurso medioambiental en una forma de vida y medro electoral. La verborrea climática es sexy, como lo es el nuevo Errejón o los productos Apple, pero otra cosa muy diferente es la verdadera sustancia que encontramos bajo esa hojarasca de palabras. ¿Cuántos de los jóvenes que se manifiestan con Greta son capaces de renunciar al último modelo de zapatillas deportivas o de telefonía móvil? ¿Cuántos de nosotros diríamos que no a una escapada de fin de semana a Roma o Berlín? ¿Puede sobrevivir nuestro bienestar sin el modelo de consumo masivo? Pensar que el calentamiento se va a cambiar con impuestos al diésel o los aviones denota, una vez más, la ingenua fe que tienen algunos en las políticas fiscales.

Javier Aracil, maestro de ingenieros, nos dio una vez un titular inquietante: "En nuestra propia naturaleza como hombres está depredar el planeta". Se pueden retocar legislaciones y jubilar gobernantes, pero la naturaleza humana es muy difícil de cambiar. El Sapiens es un mono curioso, incapaz de algo tan sencillo como reciclar, pero capaz de emocionarse con las lágrimas tramposas de la joven Greta.

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