A Son de Mar

Inmaculada Urán / Javier FornieLes

La Guerra Civil

La novela de Pérez Reverte nos retrata más a nosotros mismos y a nuestra sociedad que a la Guerra Civil

Ese es el tema de Línea de Fuego, la última novela de Pérez Reverte. Casi cien años después, la contienda sigue dando que hablar. Nos interesa por tratarse de un hecho real y porque las novelas y películas nos ofrecen un espejo que refleja más nuestra forma de vivir el presente que el pasado que describen. Por ello, los mejores relatos siguen siendo los de quienes, como Arturo Barea, vivieron esos días e intentaron mantener una cierta cordura.

La novela de Pérez Reverte está bien contada e intenta mantener una cierta ecuanimidad. Y nos retrata también más a nosotros mismos y a nuestra sociedad que a la Guerra Civil. Vivimos en un mundo en el que los grandes ideales del siglo XX son mera retórica y en el que el goce de vivir se impone a cualquier otra consideración. Es algo que se palpa en la novela. Lo que se recrea es el individuo, sus experiencias concretas de hambre y de sed, o cómo perdura incluso el deseo entre el capitán Bascuñana y Patricia en medio de las trincheras. Las declaraciones de los personajes sobre el marxismo o sobre la patria llegan al lector como algo arrumbado por el tiempo. Las explicaciones de por qué se lucha suenan a retórica y resultan siempre menos convincentes que los intentos de Ginés Gorguel por huir del frente y volver a su pueblo. En la novela se aprecia otra de las constantes de nuestro mundo. Frente a la visión cainita de la guerra -es el caso de Cela o de Delibes-, aquí ya no hay culpables. Los personajes forman una causa común como españoles; son ante todo víctimas de los políticos, los comisarios extranjeros o los mandos de la retaguardia. Atrapados por el azar, luchan por un palmo de terreno sin saber muy bien por qué. Comparten el idioma y el sufrimiento con el enemigo. Lo odian y lo admiran, mientras intercambian atrocidades y gestos caballerosos. Pérez Reverte acentúan algunos rasgos siempre presentes en el género y presenta la guerra como una explosión vital de violencia, fugaz y absurda, por ambas partes, que el último personaje mencionado, un pastor recluido en la montaña, no quiere ni siquiera recordar. Se trata, sin duda, de una visión de hoy, pero recoge y permanece más apegada a los testimonios literarios de quienes sufrieron en 1936 que muchas de las almibaradas idealizaciones de la República o de la guerra que solemos ver.

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