Nuestro estado de Guerra

A veces creemos que la vida no tiene nada que ver con la realidad. Contamos una historia que no existe o que nunca ha tenido lugar

Empezamos a hacernos viejos cuando vimos a los primeros cuerpos caer en el combate. Este iba a ser nuestro legado -nos dijimos-, agachando la cabeza y mordiéndonos los labios. No sabíamos a ciencia cierta lo que la vida nos iba a deparar. Sin embargo, cada año que pasábamos por las calles de nuestros barrios, nos seguían contando las ausencias de nuestros compañeros como si de un parte de guerra fuese. Este es el combate al que nos dirigimos, nos marcaban en la más profundo de nuestra piel, mientras que mirábamos a nuestro alrededor y observábamos la devastación del mundo, la destrucción, el caos, el abismo.

Nos vimos forzados a forjar alianzas, a hablar del honor y la lealtad, del combate y de la gloria, mientras pisábamos los cuerpos de los vencidos, mientras que nos recordaban lo humano que éramos, a base de sangre, sudor y lágrimas. Solo quedaba el olor a pólvora entre las mandíbulas, nos decíamos. Mientras masticábamos entre el paladar nuestras derrotas. Mientras que nos martilleábamos en nuestras sienes con la memoria fresca y aún latente de nuestros compatriotas. Habíamos establecido nuestro campo de batalla más allá de las Constelaciones de Orión, entre nuestras sienes, en la parte más profunda que habita entre del corazón y el pecho, donde solo tú y yo tenemos cabida, amor. Ahora, como si de un equipaje de supervivencia fuese, lo llevamos incluso hasta en el plato de comida que nos brindan encima de la mesa de nuestra casa. Y mascamos el último trozo de pan antes de volver a la contienda. Pensando en quién iba a ser nuestro próximo objetivo, dónde ejecutaríamos nuestros sueños, dónde terminarían nuestros huesos. Así pasaban los días, los meses, los años, mientras seguíamos forjándonos como hombres y mujeres, dentro de un mercado que no hacía ascuas a la leña del árbol caído. Esta es la vida, nos repetían, mientras nos lamíamos las heridas y nos preparábamos una vez más para entrar en combate. A veces creemos que la vida no tiene nada que ver con la realidad. Tratamos de contar una historia que no existe o que nunca ha tenido lugar, creyendo que así se harán posible nuestros deseos, que así haremos realidad nuestra hambre, que así culminará nuestra última derrota. Nada más lejos de la realidad. El mundo, el nuestro, se construye paso a paso, golpe a golpe, mano a mano, así nos lo enseñaron, así es como lo hacemos. Mientras que vuelven a morir los ángeles entre sus alas, mientras que vuelve a precipitarse sobre nuestros párpados el cielo ajado por la ausencia de tu cintura. Con la misma brizna de luz que remueve nuestras más íntimas estancias y que despierta nuestro estado de guerra para dar lo mejor de nosotros mismos, para darles a los demás lo más preciado que tenemos.

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