Hablemos

Pero lo que sí es indudable es la amalgama ideológica que en el Hemiciclo se va a desarrollar a partir de ahora

Debemos ser honestos. Aún mantengo en la retina ciertos titulares promovidos por algunos medios en donde nos dábamos palmadas en el pecho y en las espaldas de cómo España era ya una democracia consolidada con apenas cuarenta años de gobierno. Nos decían que eramos la punta de lanza de las civilizaciones europeas y, por ende, de las occidentales -lo seguimos siendo, pero no solo por eso-, mientras que nuestro PIB amanecía entre los ocho más importantes del mundo. La economía pujaba -la construcción, que no la tecnología- y los viajes al Caribe era una exigencia y una necesidad. Dejábamos a un lado países con un profundo compromiso democrático de más de doscientos años -aún nos creemos que nosotros, intelectuales de pacotillas podemos decidir los designios de otro país etiquetándolo como una buena o mala democracia, según nuestra conveniencia. Recordad: "Es el pueblo el dueño de su historia", decía Jaime Gil de Biedma. Ellos son ya los que han decidido quienes son -hace más de doscientos años- y no nosotros.

Estamos aún en pañales y aún nos quedan muchos por avanzar -de ahí el comienzo del artículo-, pero creo que ese debe ser el camino que tenemos que seguir. El nuevo marco ideológico que se ha establecido en el Parlamento nos invita a pensar que ahora, más que nunca, tenemos que hablar. La representación de todo el espectro ideológico está servido, gracias a la regeneración política. La necesidad de los pactos es evidente. Independiente de la premura de aislar ciertos vicios y ciertas posturas que quizás no casan como debería de casar con un sistema democrático y moderno como es el del estado español. Pero lo que sí es indudable es la amalgama ideológica que en el Hemiciclo se va a desarrollar a partir de ahora. Los votos ya no están divididos en dos bloques, como antiguamente, sino que se presentan tan complejos como lo puede ser el pensamiento político de un individuo o como las necesidades y exigencias de la ciudadanía. Así, los pactos de posibles gobiernos, necesariamente, tendrán que pasar por líneas comunes de trabajo, más que por dictados unilaterales de determinadas posturas. Si es así es el caso, el juego y la partida democrática está asegurada. Habrá flujo democrático y, como condición sine qua non, de transparencia y pluralidad dentro del ejercicio democrático de la libertad individual y colectiva. Una seña más, de madurez de una democracia.

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