Hacer luz de gas

Hacer luz de gas no es cuestión de electricidad, sino una perversa y premeditada manipulación psicológica

Esto no es lo que parece, pues no se trata de un remedio que zurza el agujero en el bolsillo por el costo de la electricidad. Sino que de esa manera se dice, esto no es lo que parece, con firmeza temblorosa -permitida sea la contradicción- o convicción insistente, cuando hay que dar cuenta de lo que resulta tan flagrante como inesperado. En el primer caso, la situación sí es lo que parece y se flaquea al disimular, ya que pocas dudas caben. Mientras que, el segundo, los sorprendidos sin causa, por comprender la dificultad de que así se entienda por terceros, insisten en que no se trata, en modo alguno, de lo que parece ser. Pues bien, algo parecido a lo antedicho es hacer luz de gas, aunque el objeto sea una manipulación psicológica.

De la reacción, cogido in fraganti, de las consecuencias de deslices variopintos, al condiciona-miento perverso del juicio del otro. Puesto que con hacer luz de gas se refiere el intento de gene-rar, en ese otro, dudas sobre su razón o criterio. A tan maquinado fin asiste una reiterada tarea de descrédito de las percepciones y recuerdos, de modo que acabe aceptándose la sinrazón o el despropósito de lo que, antes de la premeditada manipulación, parecía sensato, razonable o jui-cioso.

En el ámbito de la controversia política, hacer luz de gas forma parte de las estrategias menos propias del noble y recto ejercicio político -no debería resultar inocente o ingenuo señalar su existencia-. Por eso, cuando una iniciativa, una medida, una regulación o una decisión encuen-tran controversia o desacuerdo, la labor de desacreditar la percepción o las ideas de quienes dis-crepan, aunque no conduzca al abandono de sus posicionamientos, suele condicionar la manera de expresarlos o la intensidad de su manifestación. Si bien efectos secundarios a la luz de gas son las reacciones de otros que, en lugar de entrar en crisis de identidad, responden con énfasis y vehemencia a los propósitos manipuladores.

Luz de gas, en fin, es el título de una obra de teatro británica, de la primera mitad del XIX, adaptada después al cine, cuyo argumento trata del modo en que un hombre intenta convencer a su mujer de que está loca. Manipulación psicológica ante la que resulta disculpable, y hasta jocosa, la socorrida muletilla del aprieto: esto no es lo que parece.

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