Es proverbial la capacidad que tienen los políticos para enmascarar lo obvio y oscurecer la claridad de los mandatos populares. El pasado domingo, el pueblo andaluz manifestó su voluntad mayoritaria de forma incontestablemente diáfana: está harto de socialismo. Después de 36 años (en realidad son 40) de régimen socialista -los mismos que se mantuvo en el Gobierno el mismísimo Franco- ha llegado la hora de abrir puertas y ventanas, de levantar alfombras y de probar nuevas soluciones que acaso nos saquen de nuestro permanente e insoportable atraso. Eso es lo que principalmente pesó en los votantes del PP, en los de Ciudadanos, en los de Vox y hasta en la decisión de millones de compatriotas que optaron por pasar de las urnas y dedicar el día a otros menesteres. Más allá de programas que pocos leyeron y de liderazgos verdaderamente dudosos, el objetivo que aglutinó a tantos y provocó semejante terremoto electoral no admite demasiadas interpretaciones: había ganas de cambio y muchos, la mayor parte, cada cual con sus preferencias, afectos y matices, quisieron poner su granito de arena en la consecución del propósito.

Por eso, aquel partido de las tendenciosamente llamadas derechas que impida, dificulte o desdibuje esa oportunidad de renovación tendrá que pagar después una costosísima factura. No saldrá gratis, ni en Andalucía ni seguramente en el resto de España, cualquier maniobra de ingeniería política que acabe facilitando el mantenimiento en el poder del PSOE. Ya sea porque se intente gobernar con su apoyo, ya porque se alimente un bloqueo que le otorgue una segunda opción, los andaluces no perdonarán la frustración de un cambio radical, en el que de ninguna forma, ni activa ni pasiva, pueden participar los ahora censurados.

PP y Vox parecen haberlo entendido. En última instancia, intuyo que cederán lo necesario. De Ciudadanos puede esperarse cualquier cosa. No es Marín un genio de la estrategia y, si en sus cálculos está que la Andalucía cansada va a comprarle un cambio de sillas cuando su propia formación prometió un cambio de régimen, se equivoca de medio a medio. Comprendo que la posición de los naranjas es especialmente difícil. Pero tonterías las justas, que la ciudadanía tiene demostrado que quita con la misma facilidad con la que da.

Así que al tajo. Háganlo como les apetezca, pero háganlo. En sus manos está nuestro futuro y -les convendría no olvidarlo- también, créanme, el suyo.

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