Tras la tempestad llega la calma. Damos la frase por buena con la salvedad de que la calma puede ser reconciliadora, pero también puede ser peor que el estado anterior a la tempestad. Incluso desastrosa. Cómo se vivirá en La Palma cuando acabe de arder la chimenea de las entrañas de la Tierra bajo el Atlántico, o cómo será la paz futura de la persona traicionada y abandonada, no puede evaluarse. Las catarsis son muy suyas. El daño emerge en el paisaje después de la batalla, título de una película del polaco Andrezj Wajda: en su país, tras la derrota de los invasores nazis que hicieron de su país vecino un infierno y un crematorio al otro lado de la frontera, quienes sucedieron a la tempestad de la Wehrmacht y los campos de concentración no fueron precisamente angelicales salvadores, sino terribles totalitarios, igualmente extranjeros: soviéticos. Nada de calma, pues. Durante décadas. El caldo de cultivo de un trauma nacional que es un agregado de miles de traumas individuales. La historia está repleta de ellos a lo largo y ancho del mundo.
La sexta ola y un virus mutante con nombre de supermercado -Delta Plus- nos vuelve a amenazar y ya llega desde el Reino Unido (la de sapos que se está comiendo el teatral Boris Johnson, como tanto negacionista a la postre achantado: la muerte tiene un precio también para los Clint de epidemia). Pero mientras que sí o no, el Covid-19 está siendo descontado por los ciudadanos, mandado de vuelta al hoyo en su nuevo féretro. No hay nada más que ver la pasión por volver a lo colectivo y lo gregario, normalmente con aliño sólido y líquido. En este paisaje del renacimiento o "vuelta a la normalidad", el empleo va por barrios -comercio y turismo, los sectores bonitos Made in Spain--, y el desempleo, también: las comunidades autónomas echarán a la calle a 21.000 sanitarios de los 80.000 contratados para la pandemia. La dulce victoria y, en poco tiempo, su amarga trastienda de despidos a los héroes de ocasión. De los aplausos enardecidos al atardecer, a volver la cara a quienes de ángeles salvadores han pasado a caídos en la batalla. Como suele suceder, a los veteranos de guerra no los quiere nadie. Paralelamente, no para de hablarse de los efectos psicológicos colectivos e individuales del periodo pandémico, algo más latente y demorado en el tiempo que la cantidad de agujeros del cinturón que más de uno hemos tenido que ir liberando. Esa neurosis múltiple merecerá trato aparte cuando el ruido pos-Covid deje a la vista las heridas. Quizá intuya alguna, dentro o fuera de usted mismo.
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