mANUEL lÓPEZ mUÑOZ

Héroes, super héroes y un mundo confuso

Cuando una sociedad cambia, necesita héroes de rotulador y viñeta o de hexámetro y dáctilo

Crecí leyendo cómics. Mi generación no es la del Guerrero del Antifaz, sino la de La Masa, Thor, Spiderman, los Cuatro Fantásticos, la Patrulla X y, en la televisión, Mazinger Z. Eran tiempos que olían a confusión incluso en aquel Jaén de finales de los setenta: pintadas de los Guerrilleros de Cristo Rey, de la hoz y el martillo, del puño y la rosa, del triple brazo andalucista… Unos partidos intentaban recuperar su pasado; otros, no perderlo; otros, tener algún futuro. La modernidad era una calculadora Vanguard, un reloj digital de pantalla roja y un radio cassette mono. La Guerra Fría se enfriaba y las noticias se calentaban. Asesinatos terroristas, la perpetua crisis de Oriente Medio, el inminente holocausto nuclear y, entre susurros, amenazas de golpes de Estado, pero de los de verdad, no de los que se vocean para ganar votos. Para nosotros, gente de hormona hiperactiva y acné omnipresente, los superhéroes eran un refugio moral: los buenos vencían a mamporrazos, pero después de haber comprendido que el mundo no es cuestión de blanco y negro y de haber estado a punto de caer en ese lado oscuro que, antes o después, a todos nos tienta o lo intenta. Eran superhumanos en su fuerza, pero también en sus sentimientos y dilemas morales. Cuando una sociedad cambia, necesita héroes de rotulador y viñeta o de hexámetro y dáctilo: así lo vivieron los griegos al pasar del campo a las ciudades y lo vieron los estadounidenses al apropiarse de su parte del continente. Unos crearon a Héctor; los otros, al Sheriff Kane. Nos hablan del enorme progreso que hemos hecho, pero seguimos siendo esos seres desvalidos que se arracimaban en torno a una hoguera para escuchar las hazañas de Aquiles, el de los pies ligeros, o los viajes de Odiseo, rebotando de ninfa en ninfa sin llegar a Ítaca, o la peregrinación de Gilgamesh y su búsqueda inútil de la receta de la inmortalidad. En estos días nuestros, seguimos necesitando que el cine nos recuerde, con la figura de los superhéroes, que podemos sobrellevar la adversidad, luchar contra el Mal y cambiar el mundo o evitar su destrucción. Creo que por eso triunfan las películas de Marvel, la auténtica mitología del siglo XXI: más allá de la belleza de Thor o de Tormenta, nos recuerdan que, aun en la vejez, la enfermedad o la muerte, podemos darle un sentido a la vida recordando con Carl Sagan que, en el fondo, sólo somos polvo de estrellas.

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