Comunicación (Im)pertinente

Francisco García Marcos

Heterodoxia y comunicación

Esa nueva formación coral introducía una novedad relevante en el panorama argentino, e internacional

Incluso el coronavirus debe realizar un paréntesis de silencio para honrar la memoria de Marcos Mundstock, fallecido el 23 de abril. La profunda voz que nos relataba las andanzas de Les Luthiers se ha apagado, definitivamente, sin mediación del coronavirus. Estos días, por cierto, estamos olvidando que hay otras enfermedades, no menos letales que el virus que nos acecha. Les Luthiers han sido un auténtico emblema cultural. Por supuesto que fueron excelentes músicos, inventores de instrumentos que reciclaban la cotidianidad, humoristas agudos y elegantes, creadores imaginativos, narradores exquisitos, escenógrafos brillantes. A mí me van a permitir que me concentre en su propuesta comunicativa, profunda y sutil, que yo me atrevería a tildar de polifonía de la heterodoxia. El hilo conductor de sus actuaciones, por supuesto, estaba sustentado por una fina heterodoxia capaz de adoptar las más diversas manifestaciones, aunque finalmente prevalecía el conjunto armónico de todas ellas. La heterodoxia arrancaba del propio nombre del grupo y de su mera aparición dentro de la escena bonaerense. Surgen en 1967, cuando los coros universitarios están en pleno auge en Argentina. Y se llamaron, además, "Luthiers", en francés, aunque siempre se manifestaran exclusivamente en su lengua, el español. En realidad, sus componentes difícilmente conseguían ponerse de acuerdo en escena, con lo que ejemplificaban a la perfección cómo se articula una coral no-coral. La heterodoxia continuaba en los instrumentos que manejaban haciendo honor a su nombre, "los que arreglan instrumentos". No se sabe con certeza si lo que arreglaban eran instrumentos, los objetos que iban encontrando por ahí, o ninguna de las dos cosas. Pero el caso es que aparecían en escena ejerciendo como virtuosos del cellato (un violonchelo construido con un bote de líquido limpiador), de la mandocleta (una mandolina cuyas cuerdas eran pulsadas desde la rueda trasera de una bicicleta), de la guitarra dulce (armada con dos latas de dulce de batata) o de su iniciático bass-pipe a vara (un trombón fabricado a base de tubos de cartón que encontraron en la basura). Ya puestos a hacer cosas distintas, terminaron por rescatar del anonimato al gran Mastropiero, cuyas melodías y textos hilarantes no vacilaron en interpretar con auténtica veneración. El maestro ficticio le permitió acuñar desde el distanciamiento (el autor "oficial" de los textos era Mastropiero) una visión más que crítica del mundo que los rodeó, durante 50 años de actividad artística. La inconfundible voz de Marcos Mundstock fue el hilo conductor, pero también el nexo amalgamador, de esa maravillosa aventura de polifonía estética y cultural. Nunca se irá del todo para quienes tuvimos la inmensa suerte de disfrutar sus interpretaciones.

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