Libertad Quijotesca

Hiroshima y Nagasaki

Usar la Historia como un arma es aniquilar la civilización. Sin duda sí lo somos de cómo lo reconstruimos y recordamos

Japón, seis de agosto de 1945 8:15 de la mañana: Cae en la ciudad de Hiroshima la primera bomba atómica. Nueve de agosto 11:02 de la mañana: Explota la bomba sobre la ciudad de Nagasaki. El 15 de agosto de 1945 Japón se rinde. Termina la Segunda Guerra Mundial. No hay adjetivos suficientes en todos los idiomas de este mundo que alcancen a describir el horror escenificado por estas acciones humanas. Han transcurrido 75 años, y no dejo de preguntarme si nuestra especie logrará tomarse el tiempo necesario para reflexionar sobre las causas y consecuencias de la convulsa historia del siglo XX, cuyas consecuencias aún nos alcanzan. Visto el desolador presente en el que nos encontramos, sectario y embustero, se hace cada vez más urgente. No escribo esto con pesimismo, mucho menos derrotismo. Lo hago convencida de lo vital que es la sinceridad para resolver los problemas. Generalmente existe una gran distancia entre lo que creemos que somos y lo que somos realmente. Los mitos no resisten la realidad. Las dos Guerras Mundiales fueron una escalada continua hacia la explosión del mal en todos los rincones de la tierra. El siglo XX comenzó con grandes esperanzas de mejora de vida para la humanidad, alentadas principalmente por los avances tecnológicos. Pronto se marchitaron. A medida que pasa el tiempo se desclasifican documentos y archivos, tenemos la oportunidad de aprender, argumentar y compartir conclusiones sobre una centuria que vio cómo se truncaban los anhelos de libertad y se implantaba la barbarie totalitaria. Con solera el refranero español nos enseña que el infierno está empedrado de buenas intenciones. Los historiadores deben poder trabajar en libertad no acosados por los sátrapas de la censura "políticamente correcta". El juramento hipocrático para los historiadores, humanistas, se sustenta sobre la honradez intelectual. La historia nos atañe a todos, por lo tanto, debemos exigirnos veracidad. Al mismo tiempo saber bregar con nuestras humanas subjetividades. El mundo de las ideas no le pertenece a nadie; mucho menos para que nadie imponga sus ideas al mundo. Por eso no necesitamos leyes de memoria histórica: necesitamos respeto y veracidad. No somos responsables de lo que hicieron nuestros antepasados: Sin duda sí lo somos de cómo lo reconstruimos, recordamos y difundimos. Convertir la Historia en un arma es matar todo afán civilizador.

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