Sentía algo de frío, se notaba ya que estaba refrescando, sobre todo por las mañanas. Cuando salía de su casa de amanecida, las gotas de rocío brillaban sobre las hojas muertas del chopo, que se elevaba alto y elegante, con sus ramas desguarnecidas. El viento se encargaba de arrastrar las hojas sobre el asfalto de las calles, decorando sus aceras con un tapiz de colores ocres, marrones y amarillos. Estas imágenes le daban algo de tristeza, los días cortos y grises a los que daba paso el feliz y bullicioso verano, la sumía en una delicada franja entre una pena indefinida y una lasitud sin fronteras. Sin embargo, superados esos primeros días en que el cambio de estación le pillaba desprevenida, el otoño era un momento en que la naturaleza se vestía de una belleza insuperable, compensando con creces la tristeza que la embargaba. Puso la radio, el sol comenzaba a asomar tibio tras las montañas, y le gustaba ir acompañada por la voz melodiosa de la locutora de su cadena favorita, un magazine interesante que la ponía al día sobre los temas de actualidad. Ya de comienzo no le gustó lo que escuchaba: los anti vacunas frente a sus defensores, los negacionistas frente a quienes creían a pie juntillas cuanto decía la OMS… Mientras tanto La Palma ahogándose en lava, como lágrimas ardientes de la diosa gea ante tanta estulticia humana, decenas de ahogados en los cayucos llenos de desdichados que huían de la miseria y de la guerra, por el único pecado de haber nacido en el lugar equivocado, y como consecuencia de la avaricia de personas sin escrúpulos que se enriquecían con el tráfico de seres humanos, aprovechando su desesperación. Se preguntaba si las generaciones venideras seguirían llamando a nuestro mar, al mare Nostrum de los Romanos, con el mismo nombre, o por el contrario, le designarían con el que quizá hoy debería haber sido bautizado: el Mare Morte. Una nausea seca le llegó hasta la garganta, y se preguntó qué diría ese mar tan amado como maltratado, si pudiese expresar su más íntimo sentir, obligado como estaba a acoger en su seno a tantas vidas humanas sin apenas haberles dado una oportunidad. Después de la publicidad, de nuevo el volcán de La Palma, los anti vacunas, los cayucos, …todo se repetía una y otra vez, y la vida seguía su curso, la naturaleza se vestía de otoño, los hombres y mujeres corrían a sus trabajos, los niños a los centros educativos, todo igual por los siglos de los siglos. Llegó al parking, dejó su coche y entró en su oficina, encendió el ordenador y la radio. El colmo de su paciencia llegó cuando escuchó los exabruptos, las malas formas y el tono humillante del orador en la tribuna del Congreso, sin el más mínimo rubor insultaba a otros mientras toda España escuchaba los miles de millones que evadió al fisco.

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