Holocaustos que no cesan

Hoy se conmemora el holocausto de más seis millones de niños, mujeres y hombres por los nazis

Hoy, 27 de enero, se conmemora, a modo de aldabonazo alertador de la ferocidad humana, el holocausto de más seis millones de niños, mujeres y hombres masacrados por la obsesión ideológico nazista de exterminar judíos. Se pretende mantener vivo el recuerdo de ese hito en la auténtica historia universal de la infamia (y no la que rechifló el hiperbólico titulo borgiano), removiendo las conciencias contra el olvido de nuestra responsabilidad cultural en aquella tragedia. Me sumo a tan noble propósito, desde luego. Pero no solo por la solidaridad humanista con aquellas víctimas. Ni solo, aunque también, por lo que de enseñanza debería reportarnos esa tragedia ante el rebrote de los frívolos procesos populistas que propiciaron aquella locura. Me sumo sobre todo a la rememoración porque, como dijo el que fuera Secretario General de la ONU, António Guterres, «sería un peligroso error pensar que el Holocausto fue un simple producto de la locura de un grupo de criminales nazis. Más bien todo lo contrario, el Holocausto fue la culminación de milenios de odio, culpabilización y discriminación de los judíos, lo que ahora llamamos antisemitismo». Reflexión que les invito a compartir y, luego, a extrapolarla para sopesar el riesgo tóxico que nos inoculan otros odios racistas, xenófobos, religiosos o sexistas que siguen tiznando nuestros tejidos sociales, sin que acertemos a extirparlos de forma radical, para sanar tanta patología ideológica que infecta la convivencia.

Hace poco tuve ocasión de visitar Cracovia y de pasear, apesadumbrado, por las escabrosas instalaciones, en Auschwitz, del que fue el mayor campo de exterminio hitleriano, que mantienen el entorno, mobiliario y vestigios de su fama, algunos de honda compasión, a modo de museo, justamente para dignificar el recuerdo de tanto inocente allí sacrificado. En ese museo del horror, también se explican las tribulaciones y progresos de los ingenieros matarifes a la hora de seleccionar los sistemas de exterminio colectivo más efectivos y baratos. Una ingeniería que, maldita sea, hoy no necesitamos esmerar dada la macabra eficacia del ahogamiento masivo de inmigrantes en nuestras orillas: ese otro holocausto silente que, cada vez con más frecuencia leemos y oímos, cual vago pero incesante goteo, ante la impertérrita sensibilidad política y social de la mayoría. Y es que, ay, acaso no andemos tan lejos de la barbarie, como creemos.

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