Homenaje a Bernardo Soares

Desde estas postrimerías, los personajes-fragmentos de Francisco Uceda avanzan sobre la materia

"Odo se me evapora. Mi vida entera, mis recuerdos, mi imaginación y lo que contiene, mi personalidad, todo se me evapora. Continuamente siento que he sido otro, que he sentido otro, que he pensado otro. Aquello a lo que asisto es un espectáculo con otro escenario. Y aquello a lo que asisto soy yo". Con esta cita del Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa, Francisco Uceda propone, ante las puertas de Nueva York, en PhotoESPAÑA y de la mano de MECA Mediterráneo Centro Artístico, su última exposición: Homenaje a Bernardo Soares. Un marco expositivo que parte de la urbe norteamericana. Una ciudad que se construye y se diluye constantemente, ante la mirada atenta de los hombres y las mujeres que viven, sobreviven y dan vida a sus calles. Bajo la atenta mirada de los transeúntes. Una metrópoli que emerge desde las cenizas de los otros, de los sin nombre, de los abandonados, de los sin ley, para construir otra realidad que se ajuste a la medida de aquellos que, vacilantes, vuelven a llenar su asfalto con su aliento. El artista plástico almeriense aborda a través de su obra, entre otros temas, la gentrificación de las ciudades. El desplazamiento hacia el vacío y cómo son remplazados por otros individuos que terminarán entre las fauces de sus propias mandíbulas.

La serie "Homenaje a Bernardo Soares" está inspirada en uno de esos barrios, Redhook, que hasta hacía poco, había soportado el embate de la especulación y de la voraz insistencia de la city en engullir todo aquello que no sepa a metal.

Desde estas postrimerías, los personajes-fragmentos de Francisco Uceda avanzan inexorablemente sobre la materia. Siluetas o sombras que intentan recomponerse desde la nada hacia el vacío, a pesar de las obstinadas ganas de morir de las que siempre la humanidad ha implorado. Francisco Uceda atomiza al ser a través de su obturador, para captar esa información ínfima que guarda todo un legado, en aparente estado de descomposición, en su acertado intento de conectarlas entre sí, para formar conceptos más generales, más globales.

El autor reflexiona. Afronta su condición de ser fieramente humano y acepta el envite. Asume las siluetas en blanco que indican que el cuerpo ha sido extirpado de la imagen, del alma, del ser, porque las sombras apuntan a quemarropa a un objeto que ya no existe. Desde cualquier perspectiva, los restos que contemplamos augurar el naufragio, la derrota, el fin. En palabras del autor, la angustia del ocaso de una civilización o, algo menos ambicioso, de la vida de los que quedaron al margen, el fracaso de un barrio o una ciudad que no fue.

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