De Reojo

José María Requena Company

Homenaje al silencio

De algún sabio aprendí que acceder al arte del silencio es tan importante, si no más, que dominar el de la palabra

Llega con el estío ese tiempo que consagro a tributar singular homenaje al silencio. A un silencio insumiso que sobrevive no ajeno pero sí indolente al pensamiento. A un silencio que tampoco es feudatario del mutismo forzado de aquella Tacita Muda, diosa romana de los sin habla, carente de lengua como castigo de Júpiter por haberlo denunciado como violador. Porque yo sigo con voz, pero silente a conciencia y sin pretensiones, en una afonía que tiene que ver más con la holganza anímica y no es ajena a cierta fobia a ruidos de noticiarios o teclados. A un silencio que me permita escuchar, relajado, incluso el vuelo de una mosca, sea real o figurada. Un silencio indecible, que no se deje revelar y que solo identifique quien logre vivirlo a fuer de rebelarse contra el estruendo y de conquistar un ocio donde sea posible soñarlo: porque solo allí, el sueño del silencio se hace real. Y hablo de ocio como aliento, que no es espacio físico especial para tal épica, ni claustro que acoja la plegaria que apacigua, ni desierto, catedral o cementerio ungidos de sordina. Que solo con el auxilio del entorno no se alcanza el gozo al que aspiro de escucharme a mí mismo, desembarazado de tanta fanfarria opresiva que altera la esencia reflexiva de sentirse único, individual entre la hermandad cosmopolita. Porque ese silencio que me provoca, es selectivo, sí, pero no autista y nada refractario al bullicio y el juego indesmayable con mis nietos. Por ejemplo.

Así que aunque la inercia dominguero mediática me apremiara a opinar hoy sobre la gloria cooperativista o mañana sobre la genialidad de Beethoven, la educación adoctrinada o la épica de ser juez entre la deriva justiciera, me callo, hago mutis por el foro y que sean otros los que digan algo, acaso con mayor solvencia. De algún sabio aprendí que acceder al arte del silencio es tan importante, si no más, que dominar el de la palabra. Que quien no guarda silencio ante el exterior, queda tullido para oír la voz interior, de percibirse a sí mismo. Y que quien no se escucha a sí mismo, no logra nunca decir nada de interés para nadie: solo repite, copia, plagia y malgasta su tiempo y el del prójimo. Será así o no, pero esto es lo que creo y lo que les traslado, junto con mi agradecimiento por la atención dispensada durante tantos domingos, a la vez que me despido hasta septiembre, lo que tampoco es muy seguro, así que por si acaso, hasta siempre.

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