Como dice la sabiduría popular (perdón por el oxímoron), ¡qué bien se ven los toros desde la barrera! y ¡qué fácil se ven las cosas desde ahí arriba! Así, llevamos ya ocho días hasta el gorro de leer y escuchar las hondas cavilaciones de sesudos analistas sobre los resultados de las elecciones andaluzas. A pesar de que ninguno de ellos había previsto ni de lejos el resultado del domingo 2, ahora salen explicándonos a todos los ignorantes ciudadanos de a pie las causas de tan sorpresivo cambio. Y ya han resuelto brillantemente el enigma del zarpazo del VOX. La mayoría se inclina por poner en primer lugar la xenofobia como motivación del vuelco de votos hacia la extrema derecha. Algunos otros hablan de que es la incultura de determinadas poblaciones -varias de ellas almerienses- el motivo básico. Otras opiniones se ciñen a explicaciones más generales, como la tendencia europea en ese mismo sentido, el cabreo generalizado del votante, que lo paga con los partidos establecidos. O los comportamientos erráticos del PSOE, que en el caso de Andalucía poco tiene que ver con los apoyos de los nacionalistas a Sánchez, sino más bien con los enfrentamientos entre Sevilla y Madrid. Esa desunión y la confianza de unos dirigentes establecidos en que esto va a seguir siempre igual, puede haber llevado a muchos votantes socialistas tradicionales a quedarse en su casa. Esto último explica la caída del PSOE, pero no la del PP. Por otra parte, ni la xenofobia ni la incultura que achacan a las zonas en las que ha triunfado VOX es de de reciente aparición, ya que son actitudes de toda la vida desde que empezó la prosperidad agrícola. Si acaso, al menos en estadística, hay menos analfabetos que hace veinte o treinta años. O sea, que no nos parece que nada de esto explique por sí solo lo que ha pasado. Puede ser una acumulación de todos los factores, aunque se ignora el peso de cada uno de esos ingredientes en el cóctel de la deriva ultraderechista del electorado.

Un factor no tenido en cuenta por casi ningún analista es la motivación económica. Santiago Abascal perdió la subvención que le daba su partido, el PP, y se salió del mismo para fundar otro. Y como además, ya no se venden diccionarios (y que los de VOX son de los mejores), Abascal ha tenido que meterse a enderezar la política española. Si se aburría, se podría haber dedicado a darse con una piedra en las espinillas, como nos recetaban nuestras madres en semejantes circunstancias.

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