Honor

En tiempos pasados acusar a alguien de embustero o mentiroso era motivo suficiente para dar el consabido guantazo

Acepto sin reservas que alguien me llame anticuado. Pero, como a D.Quijote, aún me dice algo, mucho, la palabra "honor". No es que, como criticaba el personaje de Vargas Llosa, hablemos exclusivamente de honor en cosas referentes a las infidelidades matrimoniales. Hay muchas otras cosas en las que cifrar el honor, si es que tener un buen nombre tiene un valor para alguien. Por ejemplo, en tener unos principios y actuar conforme con ellos. Y luego, si se viola algunos de esos principios, reconocerlo y no negarlo, mintiendo como un bellaco. Esta negación cínica la vivimos con harta frecuencia viendo cómo, sin pestañear, se niega una y otra vez, en público y en privado, haber hecho alguna cosa de lo que se tiene evidencia. Es algo que se da en muchos ámbitos diferentes. Pero quiero referirme a esos ciudadanos que, por principio, "deberían" ser personas ejemplares: los políticos. Visto el panorama, es una gran paradoja que sean algunos de estos personajes los que con más descaro mienten, o tratando de descargar sobre otros la comisión de los hechos o negando lo que ha pasado. Desde el "es rotundamente falso", hasta el "no me consta" y "yo no sé nada", son expresiones que se repiten cuando se encuentran con que han sido sorprendidos in fraganti. Me gustaría saber cuál es su sentido del honor (si es que tienen alguno). En tiempos pasados acusar a alguien de embustero o mentiroso era motivo suficiente para dar el consabido guantazo. Claro que alguien me podría contestar que estas personas están más atentas a seguir el consejo de la espada toledana cuando recomendaba aquello de "defendella y no emendalla", porque ellos pertenecen a la gente "honrada y principal". Es como si, extraños seres nietzscheanos, se consideraran "más allá del bien y del mal". ¿Tenemos que soportar a esta gente? Claro que, si pese a haber sido sorprendidos en sórdidos embustes, siguen teniendo el apoyo de los ciudadanos a través de las elecciones, tal vez no tengamos por qué reprocharles nada. Quizá tengamos que concluir si no somos nosotros los responsables de la persistencia de estas personas en nuestras vidas. Mientras sigamos teniendo como uno de nuestros criterios a la hora de elegir solo el tener carisma o el "tirón" de algunas personas, la cosa no tiene remedio. Si me han engañado, si me han mentido, si me han prometido falsamente, ¿a qué esperamos para limpiar el panorama de personas sin honor?

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