Humor y hogueras

Qué sería de la historia y el prestigio de la prensa sin el Mingote, Forges, El Roto o el Antonio Moreno de turno

Hace unos días, se anunció que el New York Times, dejaba de editar viñetas, tras haber publicado alguna caricatura poco agraciada de Netanyahu y Trump, que habría indignado a alguien, por suscitar connotaciones antisemitas. No conozco la viñeta. Pero algo he oído sobre el poderío del lobby judío estadounidense y no descarto que la insólita resignación del diario tenga relación con la supervivencia misma del otrora ejemplar medio. Pero la noticia impacta en sí misma no solo por lo que de pujante ascensión del lobby judío revele sino, sobre todo, porque la chistografía clarividente, es una de las artes esenciales del periodismo, acaso la que mejor descifre los códigos éticos de la sociedad y sus niveles de tolerancia social. Porque no es un arte informativo menor, vaya. Es una forma de editorial figurativa que caricaturiza a la sociedad y la enfrenta a sus absurdas entelequias políticas, éticas o cívicas. Que, a golpe de picardía y guiños gráficos recarga, para enfatizar mejor, la iniquidad humana provocando de regalo, cada día, la sonrisa o el regodeo cómico. Qué sería de la historia y el prestigio de la prensa sin el Mingote, Forges, El Roto o el Antonio Moreno de turno. Decía B. Shaw, con su perspicacia habitual, que toda labor intelectual es humorística, y tengo para mí que, tal vez por eso, el humor inteligente ha sido históricamente la bestia negra de todos los dictadores, totalitarismos e Inquisiciones que en el mundo han sido y que, al unísono, solo lo han recompensado con mazmorras y hogueras. Reparen en que la voz humor, es la misma que se aplica a ciertos fluidos orgánicos para denotar situaciones de bienestar o acritud, con el mismo desparpajo con que se diferencia lo cómico de lo trágico. Una equiparación biológica y sensitiva que refleja la dicotomía emocional de los fanáticos que viven en posesión de sus verdades religiosas, políticas o sociológicas, sin admitir alternativas a sus creencias. Y justamente ese rasgo de intolerancia, es su santo y seña inequívoca y más elocuente. Un sesgo al que, si hoy sucumbe esa institución universal del liberalismo, como sin duda es el New York Times, debemos prestar seria atención porque se avecinan aires recios. No recuerdo quién decía, pero sin duda era un buen analítico del alma humana, que quien empieza censurando el humor, termina prendiendo hogueras en las que quemar libros y sueños de libertad. Y los acaba quemando.

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