Hurtos y envidia

Un trastorno impulsivo, que se aquieta con robos menores, puede dar argumento a la hipocresía de los envidiosos

Ganar bastante más de un millón de euros al año debería evitar no ya la comida rápida, que también, sino el robarla de la cafetería del lugar de trabajo. Acaso quepa la cleptomanía como atenuante, porque de sobra extraño es que un tipo, con treinta y un años, jefe de operaciones, para medio mundo, de inversiones especulativas, birle bocadillos de la cantina como quien está a la cuarta pregunta. El robar de los cleptómanos es un trastorno que afecta al control de los impulsos, en este caso para obtener objetos o productos sin que importe su valor. Como tiene bastante de adicción psicológica, de obsesión compulsiva, el trastorno se agudiza con la ansiedad previa y creciente, solo atenuada cuando se consigue el botín, por ridículo que sea. Aunque ese alivio malsano acabe por desquiciar también al ladrón impulsivo porque le puedan la culpabilidad, la vergüenza, el odiarse por su conducta y, al cabo, el temor a ser reprendido. Sin embargo, poco dura el propósito de enmienda por la marcada alteración del control de los impulsos. Además, tales hurtos no se planifican concienzudamente, sino que ocurren de manera espontánea y en lugares públicos como tiendas o supermercados, donde no importa el valor sino la materialización del robar. El banquero ha sido despedido sin miramientos porque la compañía para la que trabajaba no se detiene ante la pérdida de uno de los operadores de crédito más reconocidos. Necesario ha sido para ello que algunos trabajadores denunciaran los hechos, y la estricta moral que parece explicar tanto el proceder de estos como la resolución de la empresa puede no ser tan ejemplar.

La envidia responde mucho más a un tomento del alma, a una tristeza pesarosa por el bien ajeno, a una turbación soterrada del ánimo, que a un descalabro mental. Razón por la que conviene no tener muy cerca a los envidiosos ni resultar afectados por sus maquinaciones Todavía peor, como parece el caso, ponerles fácil el correveidile de una delación, de un chivatazo, revestido de moralidad ética; que tal suele ser el disfraz con que se tapa el rostro de lo que no lo necesita: la hipocresía. Por unos bocadillos despistados el banquero exitoso perdió su alto desempeño, aunque es seguro que encontrará quien ponga menos reparos a los pequeños hurtos de su trastorno si procura plusvalías valiosas en la gestión de las carteras. Mas los envidiosos acaban endemoniados por su incurable pesar, ya que siempre habrá bienes ajenos fuera de su alcance o de su merecimiento.

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