No sin mi IVA

Y todos, ministro incluido, se quedaron así como que, anda, pues no ha bajado el precio de las entradas

El nuevo ministro (de rebote) de Cultura es de Almería. Ya hubo, celebrándolo, vivas y cohetes, bandas de música, pasarelas y alfombras rojas, desfile de majorettes, olés y porfines. Al final y después del jolgorio, quedaron sólo los barrenderos limpiando los restos de la verbena y los técnicos de andamios desmontando estrados mentales. El nuevo ministro (de rebote) de Cultura necesitaba ya rápidamente un gag, un gesto, algo con lo que justificar su nombramiento. El IVA al cine, le decía una voz interior y otra exterior. Efectivamente, ese freno puesto por la derechona (ya no se dice, añoro a, quién era, ah sí, el ínclito de los descamisados decir, la derechona, la derechona), para que la gente no vaya al cine, es decir, no acceda a la cultura. Una vez dije que la gente accedía a la cultura si le daba la gana (una vez sacada la ESO), y que si no quería, pues no, y alguien me miró raro. Pues quitó el IVA al cine el susodicho. Y otra vez maracas y champanes, guirnaldas hawaiianas, congas y abrazos, pero pasó la resaca y llegó esa bola de matojo rodando en el desierto. Y todos, ministro incluido, se quedaron así como que, anda, pues no ha bajado el precio de las entradas. Cucha. En plan. ¿Y eso? Pues podían bajarlas, dijo el susodicho, porque van a tener más beneficios. ¿Beneficios? Oh sí ya se ve a los empresarios de salas de cine sacando bolsas de dinero cada día costeando salas costosísimas, pagos e impuestos de todo tipo para recaudar la entrada de cuatro adolescentes que van, a ver si ligan, y las de las familias con niños pequeños que los fines de semana sufren el lujo, sí, el lujo, que supone ir a esos sitios culturales, por cierto, a ver esos truños de películas llenas de efectos absurdos. El cine, señor ministro y señores con niños, que sabrán ustedes lo que es, era, el cine. Y después de la cara de anda quién iba a pensar todo lo que el mundo entero sospechaba, el señor ministro pasó a la invisibilidad de todo ministro que no da titulares. Más triste que un ministro sin telediario, el susodicho se levanta cada día y piensa, a ver, qué se me ocurre ahora, aunque no sirva para nada. Y una voz interior y otra exterior le susurra, las descargas, la piratería, venga, ponle tú el cascabel a ese gato. O da un titularín globo sonda, deja que lentamente se vaya hasta el cielo y disfruta viéndolo subir y subir y hacer pum. Por cierto, qué echan hoy en la tele.

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