Idiotas

Hay muchas cosas que funcionan mal en nuestro país, pero son muchas más las cosas que todavía funcionan muy bien

El verano pasado, mi hija estuvo trabajando en un hotel en la costa de Massachusetts. La mayoría de sus compañeras de trabajo eran chicas -y chicos- llegados de Bosnia, de Macedonia, de Albania o de Turquía. Todo el mundo le preguntaba qué demonios estaba haciendo allí. "Trabajar", decía mi hija, "y además aprender inglés". Sus compañeras la miraban con incredulidad. "Pero tú eres española -le decían-. Es muy raro que hayas acabado aquí".

Para esta gente, España era uno de los mejores países del mundo para vivir, tal vez con la excepción de los países escandinavos, sólo que en esos países el clima era insoportable y la vida muy cara. España, en cambio, era el país en el que todas estas compañeras de trabajo -repito sus países de origen: Bosnia, Macedonia, Turquía, Albania- soñaban con vivir si pudieran conseguir un permiso de trabajo. De España admiraban su sanidad, su hedonismo, su sistema educativo, incluso sus series de televisión (todo el mundo había aprendido a chapurrear español a través de la televisión por cable). Mi hija les contestaba que España tenía muchos problemas -desempleo, desigualdad, un alto grado de conflictividad política-, pero sus compañeras no le hacían caso. "Vente a Bosnia y verás lo que es un conflicto político", le decía un compañero bosnio musulmán que había nacido en plena guerra de los Balcanes, cuando su comunidad sufría la más atroz limpieza étnica a manos de serbios y croatas.

Lo curioso del caso es que si nos asomamos a los informativos, a los debates y a las redes sociales, quienes parecemos vivir en Bosnia somos nosotros. Es evidente que hay muchas cosas que funcionan mal en nuestro país, pero son muchas más las cosas que todavía funcionan muy bien -empezando por la Sanidad pública-, y parece mentira que haya tanta gente interesada, por mera frivolidad o por fanatismo ideológico o por flagrante estupidez, en destruir la convivencia y en cargarse todo lo que tenemos. Las sociedades son mucho más frágiles de lo que imaginamos. Nadie se imaginaba en Bosnia, hacia 1990, que fuera ni remotamente posible lo que empezó a suceder, sólo dos años más tarde, ante sus propias narices y en su misma calle. Pero aquí, en España, hay unos idiotas -y son muchos- que siguen empeñados en destruir algo que vale mucho más que todas las supuestas alternativas con las que están soñando.

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