resistiendo

Andrés García Ibáñez

Indalecio Pérez Entrena

GRANADINO de cuna y de sentimiento, Indalecio se vino a Macael por la vida, los amores y los designios del trabajo docente. Perteneciente a una familia de importante tradición artesanal dentro del empedrado y adoquinado clásicos, él ha marchado siempre -en cambio- por los caminos de la escultura, desde que cursara los estudios de Bellas Artes. Su mundo está en constante inquietud y metamorfosis; como creador ha renunciado a una sola línea de trabajo, escogiendo la difícil senda de la versatilidad y la sorpresa continua, dentro de una coherencia estilística y una inspiración recurrente en lo formal de moderno observador de lo clásico.

De la tierra del mármol ha aprovechado oportunidades y el medio pétreo cuando su lógica interna como creador se lo ha demandado, sin renunciar a su pasión por explorar las posibilidades expresivas de otros materiales, variados y radicalmente diferentes. Y lo que en un primer momento pudiera aparentar dispersión o falta de unidad y estilo, se transmuta en riqueza de registros tras un análisis más minucioso de su producción. En toda ella hay una adecuación -coherentísima- entre el tema y el material escogido para desarrollarlo, y entre la forma -condicionada por ambos- y la expresión resultante. Acero, hierro, madera, piedra…Ante obras como "las caras del viento" o las "Francescas", la selección del material resulta clave para las intenciones del escultor; se diría que cada una de esas piezas solo tiene sentido en esa materia y en ninguna otra funcionaría tan bien. Y esta capacidad de pasar de una materia a otra, casi sin solución de continuidad, aprovechando las oportunidades que todas le brindan, con resultados diferentes y logrados, es lo que más me fascina de su todavía corta e interesantísima producción.

En la elección de los temas -más o menos universales y escogidos para desarrollar la aventura puramente plástica, sintética y esencial, alejada de toda literatura o narración- es hijo de lo moderno y de las preocupaciones estéticas del extinto arte del siglo XX. Igual sucede con sus reflexiones -de las que está plagada su obra- sobre el arte del pasado, ya sea la estatuaria clásica o la gran arquitectura monumental, pensadas desde una mirada contemporánea. Su mundo discurre entre lo figurativo y lo abstracto, la curva y solidez arquitectónica, disociados o amasados en sugerente simbiosis; una extraña alquimia de armonías inexplicables. Sus torsos movidos o fragmentados y la serie consagrada a evocar lo gótico dan buena cuenta de ello. En esta última, especialmente, se cumplen sus mayores logros por ahora; con una búsqueda espacial propia de lo moderno sabe sugerir toda la fascinación y grandiosidad de una arquitectura creada -hace mucho tiempo- para los deslumbramientos.

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