El Indio del agujero

Más de medio siglo, en virginal soledad, ha vivido un indio en la Amazonia, tras el exterminio de su tribu

Los indios de la Amazonia acaso nos resulten familiares por una espléndida película ?a la que no puede denominarse «peli»?, La Misión, de 1986, cuyo argumento reúne una trama, con sus fabulosas localizaciones y la excelencia de la música de Ennio Morricone, que hace de la cinta una obra magistral. Los hechos transcurren a mediados del siglo XVIII y, desde este lado del Atlántico ?ahora decir «charco» es un uso coloquial más dispensado?, pudiera parecer que, como los indios sioux, no quedan aborígenes en condiciones más o menos tribales. Sin embargo, hace pocos días murió el más solitario indígena de Brasil, conocido por el Indio del agujero, ya que tenía el hábito, al construir sus chozas, de abrir un agujero en su interior. Vivía en un estado de la Amazonia y se sabe que era el único superviviente del exterminio de su tribu, en una matanza encarnizada, durante el año 1995, para apropiarse de tierras selváticas y convertirlas en pastos. Eligió este indio vivir en una soledad prácticamente absoluta, durante más de un cuarto de siglo, en una pequeña extensión de selva protegida por la Justicia, pero rodeada grandes fincas, casi como un reducto de la selva circunvalado por la amenaza de los intereses agrícolas. Los jabalíes, las tortugas y los pájaros, que casaba con trampas o flechas, le servían de alimento. Y durante todo este tiempo de soledad, en tan largo duelo por su tribu aniquilada, la Fundación Nacional del Indio contaba con un equipo pendiente, en la distancia, de las condiciones de vida del indio, puesto que estos aborígenes rehúyen a los blancos. Si bien, cada tres meses, se procuraba algún acercamiento y se realizaban grabaciones para comprobar qué actividades realizaba y si la tierra que habitaba había sido invadida. El Indio del agujero nunca habló con sus distantes cuidadores, aunque aceptaba las semillas y herramientas que estos le facilitaban, sin forzar ningún contacto con él. Las tribus de nativos aislados no son pocas en Brasil, y la conservación de la jungla y de la biodiversidad se deben a su presencia y a las instituciones y organizaciones que velan para que puedan habitar en esos territorios. El Indio del agujero, de unos sesenta años, fue hallado muerto sobre una hamaca, cubierto de plumas de guacamayo, sin señales de violencia, como si hubiera estado esperando, pacientemente, la muerte natural. O, tal vez, solo le alteraron las espeluznantes pesadillas de la matanza de su tribu, tras la que quedó confinado en el virginal purgatorio de la soledad.

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