En el sistema capitalista la izquierda no puede gobernar. En primer lugar por la propia naturaleza del sistema y en segundo lugar porque, en realidad, la izquierda no existe. Me explicaré. El capitalismo es, al parecer, la única forma de organización social posible, que todos hemos aceptado -pese a las críticas continuadas al mismo- y de la que todos somos cómplices necesarios casi desde el origen mismo de las civilizaciones y la instauración de las formas más básicas de comercio e intercambio. Ha surgido de una forma espontánea, con arreglo a nuestra dual naturaleza animal-racional y ha perdurado hasta hoy. Las recientes políticas socialdemócratas o keynesianas -que no son realmente de izquierdas y hoy las aplican todos los partidos políticos a los que se permite gobernar- han paliado y ralentizado un poco la tendencia depredadora del sistema, instaurando un oscilante estado de pseudobienestar donde las grandes desigualdades se mitigan en parte y una mayoría de personas pueden trabajar y disfrutar de un pequeño tiempo de ocio. Estas políticas impiden los posibles estallidos revolucionarios y mantienen al mundo desarrollado en su particular huida hacia delante. Pero el poder es siempre conservador, está en manos de particulares y su arma es el dinero, que lo puede todo. Por eso no habrá nunca gobiernos de izquierdas. Y aún más: también porque la izquierda no ha existido nunca. Es un estupendo constructo teórico cuya facticidad deviene imposible. Es así por los intereses particulares y la conducta de cada individuo. No se es de izquierdas por lo que se piensa o se dice, sino por lo que se hace. El verdadero individuo de izquierdas, si existiera, renunciaría a la totalidad de sus bienes y patrimonio personales a favor de los necesitados y dirigiría su trabajo y esfuerzo para el bien común. Y todo lo demás son milongas. "Vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Y luego ven y sígueme". (Mc 10, 20-21). Así las cosas, los actuales partidos autoproclamados de izquierdas se mueven entre la impostura canallesca de los más antiguos, auténticos lobos con piel de cordero a la caza del votante ingenuo y fácil de engañar, y la inocencia buenista de los nuevos, que pescan entre una población muy tierna aún o idealista. En este sentido, según un reciente informe, España sería el país europeo con más volumen de gente candorosamente autodefinida como de izquierdas.
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