A Son de Mar

Inmaculada Urán / Javier FornieLes

Jodidos nórdicos

Viendo a Johnson en Gran Bretaña podemos pensar que el desorden y la informalidad se extienden y nos igualan

Amediados de los 90 mi marido y yo estuvimos un par de años en Inglaterra. Como era un país supuestamente más ordenado que el nuestro, pedimos información sobre los cursos universitarios que nos interesaban con mucho tiempo, casi 9 meses antes de partir. Nos contestaron enviando no la información de los cursos que se iban a dar el próximo año, sino la de los que se impartirían dos años después. Lo más pasmoso fue la explicación: no entendían que pidiéramos esa información con tan poca antelación. Mi marido, acostumbrado a la improvisación hispana, no salía de su asombro. Iba a las clases solo para comprobar que, si en el programa elaborado dos años antes se decía que un señor iba a hablar de Shakespeare, a las 9 de la mañana, en el aula 8, el milagro se producía efectivamente. Y todavía lo recuerdo pasmado en las paradas de autobús comprobando que cuando un aviso luminoso indicaba que el autobús iba a llegar en dos minutos, el viejo trasto de dos pisos doblaba la esquina y se presentaba puntual como un reloj. Aquí, en esos años, lo usual era calcular por el tamaño de la cola si tocaba esperar más o menos.

Probablemente, ya no hay tantas diferencias. Ese orden ha desaparecido en Inglaterra. Y aquí algo hemos mejorado, aunque seguimos con la permanente improvisación. El comienzo del curso es cada año un buen ejemplo. En Andalucía hay universidades que dicen que empiezan el 14 de septiembre y otras en octubre. Y como muestra de la falta de planificación basta un botón. La selectividad se celebra justo esta semana, cuando se supone que el curso ya ha empezado. Esto significa, por ejemplo, que los alumnos que aprueben en septiembre -quizás los más desamparados- se van a matricular casi con un mes de retraso. Glorioso.

En fin, viendo a Johnson en Gran Bretaña podemos pensar que el desorden y la informalidad se extienden y nos igualan. Mal de muchos, consuelo de tontos; pero consuela. Y así sería si no fuera por esos malajes de los finlandeses. Gastan menos que nosotros en educación, obtienen mejores resultados en mates y en lengua, y seguro que los directivos de los centros educativos o de las universidades no andan ahora, a calzón quitado, intentando arreglar un desorden que les viene impuesto y perdiendo unas energías que podrían dedicar a otros trabajos más sensatos. ¡Qué desaboríos estos nórdicos y cómo les gusta sacarnos los colores!

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