De Reojo

José maría requena company

Jóvenes y otros descerebrados

La juventud sea la época de la vida en que se toman más riesgos, se buscan más novedades

Hay un cierto revuelo social por la imprudencia de algunos jóvenes durante la pandemia del Covid-19, en este rebrote otoñal. Un despiporre que sin ser generalizado se traduce en jaranas insolentes de las que, empero, no parece justo que se les culpe solo a ellos. Porque los episodios grupales denunciados tienen causas complejas entre las que, las imputables a las autoridades y su inepcia para asesorarse de expertos a la hora de regular colectivos especiales, no es la menor. Y es que en la adolescencia, al cabo, venimos biológicamente programados de serie, para que explote, justo en esa etapa vital, la cultura del riesgo, tan útil para salir de la infancia y adentrarse en la jungla social. Para ello, nos dota de una anatomía plena ya de vigor, aunque el lóbulo central del cerebro no alcance la madurez hasta la veintena larga. Pero hasta entonces, como dice R. Sapolsky, de Stanford, en «Compórtate», de puro descerebrados, son (fuimos todos) tan depresivos, geniales, estúpidos, impulsivos, autodestructores, generosos, egoístas y capaces de cambiar el mundo, de tener gustos espantosos o dedicar la vida a Dios, casarse con quien no convenía o creerse (¡ay!) que toda la historia ha convergido hasta ellos para diferenciarlos de toda la humanidad anterior. De ahí que la juventud sea la época de la vida en que se toman más riesgos, se buscan más novedades y, sobre todo, en la que se siente más afiliación con los colegas, o sea, existe mayor contagio emocional y una pulsión frenética de integrarse en un grupo. Y toda esa atracción por el riesgo, solo porque un lóbulo cerebral es aún inmaduro. Así que afirmar que la juventud es descerebrada, ya no es una metáfora, sino un axioma neurológico que va más allá del mero constructo cultural que parecía confirmar la tradición secular. Y de ahí que quepa culpar de inepcia a los responsables de regular conductas sociales antipandémicas: por irse de vacaciones sin consultar a los etólogos ni adoptar medidas preventivas ante el próximo rebrote anunciado. Por no organizar las pedagogías sociales que requerían los colectivos luego convertidos en supercontagiadores virales, como los sin hogar, los que sobreviven del jornal diario y les da igual morirse de hambre que de Covid, o los jóvenes que juegan con la pulsión de agruparse, a pesar del riesgo. A unos y otros, casi los disculpo. A los descerebrados que podían, pero no supieron, remediarlo, no.

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