Hay una cosa en la que han coincidido Juanma Moreno y Susana Díaz en la secuela de la sentencia de los eres: la sobreactuación. La santa indignación del actual presidente con la corrupción sería conmovedora si la hubiese ejercitado cuando surgieron en el seno de su partido los casos Bárcenas, Gürtel, Lezo, Nóos, Púnica, tarjetas black, etcétera, etcétera. Su superlativa vergüenza y su infinita tristeza por los delitos ajenos soslayando los propios entroncan con el cinismo del capitán Renault en Casablanca.

Moreno ha descubierto que aquí se juega y rompe en lágrimas de cocodrilo por "la corrupción, el clientelismo y la desvergüenza" de los demás. Tiene razón cuando afirma que la imagen que proyecta el caso de los ERE es un paso atrás de la política y los políticos, pero esos principios valen igual para los abusos practicados por todos los partidos. Rasgarse las vestiduras con tanto teatro y hacer tanta propaganda de su escasa gestión resulta impúdico.

La de Susana Díaz es otra película. Ella pide perdón porque quiere seguir en el escenario, pero rechaza toda responsabilidad de su partido o de ella misma. Y no. Fue una familia concreta de su partido en Sevilla, a la que pertenecía, la que ocupó la cartera de Empleo y colocó en la Dirección General al irrepetible Guerrero. Y hay destacados miembros del PSOE andaluz con influencia y mando en las comarcas más beneficiadas que han dejado rastro de sus victorias en las luchas internas porque controlaban la caja de la Junta.

Insiste en que los partidos no se heredan, pero el prestigio o el descrédito se transmiten en el ADN de la marca. Y al final, mucho "Pepe y Manolo" para mostrar cercanía, pero le ha faltado poco para parodiar a Lino Ventura y Aldo Maccione en La aventura es la aventura entonando "Io non li conosco". Susana hizo todo lo posible para que pareciera que ella era el inicio de una nueva etapa; bautizó su mandato como un tiempo nuevo. Fracasó igual que Griñán, que llamaba al entorno de Chaves del que formaba parte el antiguo testamento. Pero ha sido la pérdida del poder la que ha marcado el final del ciclo socialista.

Esa pérdida no fue por una victoria de los populares, que sacaron hace un año el peor resultado de su historia. El martes el presidente confundió su comparecencia institucional para comentar la sentencia con un mitin del PP. Juanma propuso hace unas semanas una revolución verde, al estilo de las mejores campañas de sus antecesores, sobre concertación social, segunda modernización, revolución cultural o reforma agraria. Estaría bien que antes de lanzar globos de aire haga la revolución verde… y blanca, la del respeto de las instituciones, a los adversarios, al interés general, a la construcción de algo sólido para el futuro. En definitiva, hacerlo mejor que los antecesores y así ganarles las próximas elecciones. Andalucía necesita políticos serios y responsables, no dúos Pimpinela.

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