Justicia futbolera

¿Quién no recuerda que los bajitos iban de laterales, los gorditos de centrales, los chillones en el medio centro?

La imagen de una pelota, puede que también la de cualquier artefacto redondo, no es imposible que viva incrustada en nuestro sistema límbico, ese inextricable vivero de las emociones primarias. En todo caso, parece incuestionable que los balones forman parte de la estructura cultural en la que nos criamos, jugándolos, pateándolos o golpeándolos de todos los modos posibles incluso, todos, echando balones fuera cuando interesa, con ingénita habilidad. Además, la movilidad que identifica a lo que rueda, fomenta la interacción colectiva, pim, pam, pum, así que no es extraño que el juego con algo esférico por medio, se deje explorar como una metáfora de la convivencia social. Una faceta simbiótica que desplegamos sin empacho desde la niñez, los gordos y flacos, altos y bajitos, conservadores, emprendedores y pasotas, impacientes o cachazas: todos los estereotipos que imagine encajan en un equipo de fútbol donde cada cual, personifica su propio rol vital. ¿Quién no recuerda que era el más pusilánime quien jugaba de portero? ¿O que los bajitos iban de laterales, los gorditos de centrales, los chillones en el medio centro y los audaces, los alfa, se iban a meter goles? Era de libro. Así que convendrán que, con tanta vinculación alegórica, el asunto de la justicia futbolera, o sea la aspiración de lograr un marcador acorde con los méritos y esfuerzos desplegados por cada equipo, haya sido siempre una cuestión de gran sofoco social. Y que la implantación de avances técnicos para paliar los atropellos, como ese sistema de videocontrol remoto, el VAR, que permite analizar lances dudosos y trascedentes del partido, sea una aportación loable. Aunque haya despertado no pocos recelos y críticas por si menguara el duende del aleatorio factor arbitral. Críticas que quizá también reflejen la actitud que cada cual tiene ante el fútbol y ante la vida: quienes lo ven como un juego azaroso ?visión pueril? frente a quienes lo afrontan como un arte competitivo: como un juego, sí, pero a cargo de profesionales del arte de organizar y ejecutar un plan común con el que medir sus méritos. Y son éstos ?quienes viven del deporte por su valía?, los primeros que agradecerán que se gane en seguridad y que sean los buenos jugadores quienes se vean obligados a optimizar su técnica futbolística, frente a esos tantos otros, que no aspiran sino a seguir medrando del churro y del error humano del árbitro.

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