La semana pasada tres adolescentes que viajaban en un vagón del metro de Madrid protagonizaron un ataque racista que se ha hecho viral en las redes sociales gracias a la grabación de otra viajera. Las quinceañeras decidieron atacar verbalmente a una pareja ecuatoriana que viajaba en el tren. A los insultos racistas, las descalificaciones xenófobas y las amenazas de agresión se unió un escupitajo lanzado por una de las menores. No contentas con su violenta actitud, las adolescentes prescindieron de sus mascarillas para que sus insultos y gritos fuesen más nítidos y evidentes. Sólo se soliviantaron cuando otra pasajera decidió inmortalizar el ataque con la cámara de su móvil, sólo en ese momento alguna de las niñas intento ocultar su rostro, quizás más para preservar su identidad que avergonzada del indigno acto que estaba protagonizando. En pocas horas las menores fueron detenidas, puestas a disposición de los tribunales correspondientes y acusadas de varios delitos.
Pero la reflexión que deberíamos hacer es cómo es posible que en pleno siglo XXI unas niñas de 15 y 16 años puedan desarrollar comportamientos tan execrables y vergonzosos. Qué circunstancias han llevado a estas menores a tener un comportamiento racista de tal calibre. Se han educado en plena democracia, con planes educativos que a buen seguro les han transmitido el respeto por los derechos humanos. Ignoro cuál ha sido el ambiente familiar o el contexto social en el que han desarrollado sus vidas, pero ni uno ni otro, fueren más adversos o favorables, pueden justificar el racismo exhibido a tan temprana edad.
Convendría que este tipo de incidentes no pasasen desapercibidos ni para la comunidad educativa ni para el conjunto de la sociedad, porque es evidente que algo no estamos haciendo bien. No ayudan las actitudes de representantes políticos que hacen manifestaciones con tintes racistas, o que lanzan permanentes sospechas sobre los extranjeros que llegan a España o sobre la forma de vida de los ciudadanos de otros países que conviven en las ciudades y barrios. Combatir el racismo, rechazar actitudes como las exhibidas por las adolescentes citadas o condenar los comportamientos cotidianos de xenofobia es una tarea del conjunto de la sociedad que no podemos dejar sólo en manos de organizaciones sociales comprometidas como Cruz Roja, ACCEM, Cear o Cepaim. Aunque sin duda la principal responsabilidad es de las autoridades y las administraciones, con políticas educativas que fomenten la tolerancia y la igualdad, y con ejemplos de los que sentirnos orgullosos.
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