Recostado en aquel incómodo sillón de plástico, observaba inquieto las imágenes que se sucedían en la pantalla del viejo televisor, que ocupaba gran parte de la estantería que tenía situada enfrente. Sus sienes ya plateadas, brillaban por el sudor bajo aquel foco que hacía las veces de lámpara de lectura, y que tanto le recordaba aquel agujero inmundo, en el que le sometieron a las más infames prácticas de tortura para conseguir una declaración, que no lograron que saliese de sus labios. El día que salió de allí, solo tenía una idea en su confundida mente: huir. Fue duro, muy duro, la huida implicaba irse solo, dejar su hogar, su familia, su compañera y sus hijos. Sin embargo tuvo todo el apoyo necesario para que no transcurriese un día más en aquel país inseguro para quienes se oponían a un régimen dictatorial, que no dudaba en apretar el gatillo contra quienes alzaran su voz contra él. Tenía tanta nostalgia, que a veces se le encogía el corazón hasta sentir un vacía doloroso allí donde tenía que estar situado, dentro de su pecho. Hablaba a menudo con su mujer y sus hijos, sobre todo con el mayor, que ya tenía una conciencia clara de todo cuanto pasaba a su alrededor, y eso le inquietaba aún mucho más que la distancia, conocía bien a la bestia, y sabía que cuando tenía cogida a la víctima nunca la soltaba, lo había sufrido en sus carnes. En este país no tardó en encontrar trabajo, aunque le fue difícil conseguir el permiso de residencia. Podía salir y entrar libremente, las calles eran ríos humanos de gente despreocupada, que iba de compras o miraba los escaparates iluminados, los bares expelían por la mañana un aroma a café recién hecho que contrastaba con el olor a calamares fritos, que ya se preparaban para los aperitivos. Era una ciudad viva, ruidosa, y abierta, le recordaba mucho a la suya antes de que asumiese el poder el tirano que ahora se había instalado en él, imponiendo un régimen del terror. Cuando llegó a este país se sintió seguro desde el primer momento, veía las noticias, departía con sus gentes, leía la prensa con curiosidad, y le enamoró la tolerancia y el respeto que se sentía por el otro, por el diferente, por el que pensaba distinto.. Inmediatamente se sintió atrapado por el ambiente, a lo que ayudó hablar el mismo idioma, con sus variantes, es cierto, pero el mismo lenguaje, que favorecía la comunicación. Las cosas sin embargo fueron cambiando en aquel tranquilo país que lo había acogido en su seno, primero de forma imperceptible, después acercándose peligrosamente a su país. Así empezó todo allí, primero fueron los broncos debates parlamentarios, después el hartazgo de la población, rehén de sus disputas, y finalmente el kaos. Aquellos que preguntaban a voz en grito: "nosotros o el Kaos" y cuando la multitud gritaba: "el kaos, el kaos", ellos con una sonrisa amplia, contestaban con el brazo extendido: "nosotros somos el kaos"…Las lágrimas asomaron a sus ojos al recordar aquella época aciaga, que aún se perpetuaba. Sonó el timbre de la puerta, corrió hacia ella con un vago presentimiento, en otra época esta llamada nocturna era el preludio de un amargo exilio o quizá de la desaparición de alguno de sus moradores. Abrió tranquilo, estaba en territorio seguro, se fundió en un abrazo con su hijo, mientras en la televisión el cadáver de su compañero tirado sobre una acera, era la noticia del día en su país.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios