Comunicación (Im)pertinente

Francisco García Marcos

Lectoescritura de Juan Carlos I

No ha faltado la consabida mención al sentido del deber y a la innegociable voluntad de servicio a España

Estos días se ha ensalzado la lectura de la historia de España que hizo Juan Carlos I tras el franquismo. Tampoco es cuestión de discutir ahora si fue logro propio o si precisó de ayuda y, en realidad, se la leyeron. La verdad, no había demasiado texto: el país no podía seguir aislado del mundo y Europa no debía tolerar más un último vestigio del fascismo. Eso era de cartilla de pre-escolar político. Lo leyó hasta el Ministro Secretario General del Movimiento, presidente de un gobierno en democracia solo meses más tarde

Por lo que acabamos de comprobar, el Emérito tiene mayores limitaciones en escritura histórica. Es más, se diría que no es una carencia singular suya, sino una limitación consustancial a la institución que ha encarnado.

Su majestad ha tenido a bien dirigirse por carta a su hijo, el actual monarca. Como es de rigor, no ha faltado la consabida mención al sentido del deber y a la innegociable voluntad de servicio a España. Nada reprochable, en apariencia, a no ser por un pequeño detalle, contenido también en la mencionada misiva. El Emérito reconoce explícitamente su intención de hacer más llevadero el ejercicio de las reales funciones de su hijo, liberándolo así de incómodos equívocos. Dicho en otras palabras, para la Casa Real servir a España equivale a facilitar las actividades de la corona y, por consiguiente, a perpetuarse en el trono. Antes que nada y nadie, España son ellos.

Ahí se le ha agotado la tinta. Guardó su pluma y salió raudo hacia Sansenxo, presto a despedirse de la patria con una postrer francachela. Como solaz de reyes, las juergas nobiliarias deberían ser consideradas servicio a la monarquía. Desde allí, ha desaparecido rumbo a paradero insondable, sin una sola palabra para ese pueblo que hemos sufragado su boato, su corte, sus correrías, sus cacerías y en nombre del que se ha embolsado comisiones escandalosas por doquier. Bien visto, no deja de tener su lógica. Juan Carlos I ha considerado pertinente dirigirse a sus iguales, no a sus súbditos.

En ese contexto me resulta incomprensible que el presidente del gobierno se apresurase a recordar que "se juzga a las personas, no a las instituciones". No, justo en este caso la persona está indisolublemente unida a la institución. Por eso hablamos de monarquía. Es en las repúblicas donde personas e instituciones están democráticamente disociadas. Y, de paso, el resto somos ciudadanos, nunca súbditos, que merecemos aunque sea una mínima disculpa.

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