Buena parte de la ciudadanía no lo sabrá, pero en educación también tenemos nuestros Ken Folleth o Dan Brown, autores de bestsellers que nunca pasarán a la historia de la literatura, y tenemos a nuestras Belén Esteban, personas que ni siquiera se han acercado jamás a un libro, pero ahora publican uno y dan el «pelotazo». Existen, y creo que es bueno que seamos conscientes de ello. En casi todos los ámbitos de una sociedad radicalmente capitalista como la que vivimos, sucede que el que más vende no es sinónimo de calidad. Más bien todo lo contrario: McDonald's no es ningún referente de la historia de la gastronomía. Sí, seguramente, del mundo empresarial. Por tanto, debemos ser especialmente críticos y cuidadosos con quienes son «top» en educación. Acostumbro a decir que todo el mundo tiene derecho a ganarse la vida, incluso a ganar dinero, incluso tenemos derecho a consumirlo de vez en cuando. A quién no le gusta un buen restaurante de fast food de vez en cuando…

El problema es que confundamos a Brown con Shakespeare, a Folleth con Cervantes, a Belén Esteban con Carmen Martín Gaite y la comida del McDonald's con la de Ferrán Adriá. Estaremos considerando «de calidad» algo que no lo es, y tenemos que ser conscientes de lo que consumimos. Solo eso. Y luego, decidir.

Si además lo que nos proponen afecta a nuestros hijos e hijas, el tema se pone más serio. Hay una enorme confusión actual entre el profesorado y las familias que muchas veces consideran que la pedagogía es el arte de no hacer nada en la escuela, no dar nivel académico, no garantizar saberes, hacer la última ocurrencia del último que ha inventado un «nuevo término» que termina en -ing, etc.

Tiempos raros, estos, de relativismo, consumo, extremismos, ídolos y demonios. Si de vez en cuando escogiésemos lecturas con solera (aunque solo fuera para desintoxicarnos de las «lecturas McDonald's»), nos daríamos cuenta de cómo la pedagogía desde nos viene dando pautas, ejemplos muy concretos (además comprobados, desde hace más de cien años), sobre qué hacer y cómo hacerlo para que la escuela sea un espacio de disfrute, un espacio para compartir experiencias, un espacio abierto… a la vez que se garantiza el acceso de todos los niños y niñas a la cultura, se da el máximo nivel académico y no se queda nadie atrás. Su estómago (y de paso, sus hijos, sus alumnos, los jóvenes que le rodean) se lo agradecerá.

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