Lepefobia

Si hay un colectivo maltratado por los chistes, es el colectivo de los pobres leperos

El otro día consulté en Google si el ayuntamiento de Lepe o alguna asociación de vecinos del municipio habían presentado una queja por los chistes de leperos. Si hay un colectivo maltratado por los chistes, si hay un colectivo estigmatizado por las burlas de los cómicos profesionales (¡y aficionados!), es el de los pobres leperos acusados de meter una vaca en la nevera para que la leche esté fría, o de no salir nunca de su pueblo porque hay un letrero que indica "Huelva". Y no podemos olvidar que esos chistes no se contaban en un club de mala muerte, sino en los programas de televisión con mayor audiencia, y peor aún, durante largos periodos de tiempo.

Pues bien, la búsqueda en Google dio como resultado que no había habido queja ni reclamación alguna por parte del ayuntamiento de Lepe ni de ningún colectivo de leperos, sino que los leperos han asumido los chistes -en los que siempre salen retratados como tontos y catetos- con gran deportividad y sentido del humor, hasta el punto de que han inventado una nueva modalidad de chiste sobre el chiste de leperos. Y repito que si hay un colectivo estigmatizado por los humoristas, ese colectivo es el de los leperos condenados a ser pazguatos e ineptos. Pero los leperos, asombrosamente, no se han quejado en ningún momento ni han exigido respeto y dignidad y el cese inmediato de la campaña infamante de "lepefobia". Y por cierto, y ya que hablamos de Lepe, alguien debería recordar que en esa localidad, como en otras muchas de Huelva y Almería, se ha llevado a cabo con gran éxito un experimento de convivencia social que debería ser causa de admiración: en Lepe convive la población autóctona con un gran número de inmigrantes magrebíes, africanos y de Europa del Este, pero jamás ha habido conflictos ni enfrentamientos ni nada por el estilo. Es decir, que más que reírnos de los leperos, deberíamos levantarles un monumento.

Digo esto porque hoy en día se ha convertido en un hábito el que cualquier colectivo se sienta ofendido por un chiste tonto que no tenía ni maldita la gracia. La menor alusión idiota se interpreta como un insulto o un menosprecio que enseguida desencadena una histérica campaña de persecución contra el humorista. ¿Por qué no podemos aprender un poquito de los leperos? ¿Y por qué no asumimos de una vez su tolerancia y su extraordinario sentido del humor?

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