El medio y el ambiente

Luces y sombras

Las estatuas están donde están porque alguien las puso y los demás les dejaron ponerlas

Todos tenemos recuerdos de los lugares en que hemos vivido que suelen ir asociados a momentos, y a parajes. Pero no es usual citar la luz del lugar, porque para ello hay que escarbar entre los recuerdos y en las circunstancias de esos momentos y cómo éstas influían en nuestro estado de ánimo: luego la luz (cantidad) y sus características (cualidades) son muy importantes. De todo eso saben una "jartá" los físicos, así como los psiquiatras y los psicólogos.

Por otra parte, entre mis recuerdos omni-presentes están mis vivencias con don Ramiro, mi profesor de dibujo en el Instituto que me martirizaba con las proyecciones, las cuales a fin de cuentas sólo son sombras.

Ahí adquirí obsesión por el binomio luz-sombra, concepto del que se puede extrapolar, y afirmar, que a poco que hurguemos en las luces de cualquier situación, vivencia o persona, siempre hay una sombra que le acompaña.

Además, hoy día hay varias tendencias: por una parte los individuos que se cogen algo con papel de fumar, por otra, los que en mi juventud decíamos que padecen diarrea verbal y estreñimiento de ideas, y en un tercer grupo están los pusilánimes, que se quedan al margen de todo, como si aquello no fuera con ellos.

Un ejemplo lo tenemos en los desaguisados cometidos con las estatuas de Cervantes y Fray Junípero, por bastardo el primero y racista, o algo así, el segundo, precisamente en los EE. UU, un país con una historia que -dicho sin ánimo de molestar- es más corta "que las mangas de un chaleco", y del que se podría afirmar que sus habitantes son extranjeros, precisamente por la juventud del país, que además siempre ha presumido de tener las puertas abiertas a los de fuera, como demostraron al dar carta de ciudadanía a algunos científicos alemanes a mitad del siglo pasado, sin mirar las sombras que les acompañaban en su caminar.

Las estatuas están donde están porque alguien las puso y los demás le dejaron ponerlas. Además, hasta los que no tenemos estatuas en lugares públicos, tenemos sombra: mal asunto será cuando nuestro cuerpo no proyecte sombra alguna. Así que no hay más que dos caminos: o hacer tabla rasa y poner estatuas que ni sean ni estén dedicadas a nadie, como si nuestra sociedad no hubiera tenido antes a nadie con ninguna gesta digna de mención, o sencillamente olvidarse del arte y el ornato y hacer bloques de hormigón, y de vez en cuando un guiño a la naturaleza y colocar un puñado de árboles para que los animales puedan pasear. Y ya puestos quitemos la Historia de las escuelas. ¡Viva la cultura!

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