El pasado 25 de noviembre, hizo veinte años fallecía Manuel Benítez Carrasco, el poeta más representativo de la corriente del neopopularismo. Murió enraizado en la gente del pueblo. Sembró versos y cosechó afectos incondicionales; prueba de generosidad y desinterés. Sus éxitos fueron la sencillez y humildad con la que vivió. Su corazón se mantuvo fiel. Cada vez que empezaba un recital decía ser "español, andaluz, granaíno y albayzinero".
Era generoso y no dudaba en acudir gratis, a actuar para cualquier institución o asociación que se lo pidiese. Y curioso, por mucho que repitiese sus conocidos "La barca", "Tus cinco toritos negros", o las soleares siempre les sonaban a nuevos a un público que se le entregaba con la misma pasmosa facilidad con la que él memorizaba sus composiciones y las declamaba mientras se apoyaba en su fino bastón, mas por estética que por estática.
La doble cualidad de poeta y excelente declamador le llevaría a América. Argentina lo recibe en 1949. En 1955 marcha a Cuba. A insistencia del público edita uno de sus mayores éxitos, "La barca" donde incluye sus mejores poemas, edición que se repitió en Argentina, Puerto Rico, Ecuador, México y España. Vuelve a Argentina, como centro de operaciones. Su nuevo periplo le lleva por toda Sudamérica y Miami, para por fin asentarse en México durante 40 años. Aquí consiguió su total reconocimiento. Amigo de "Cantinflas" y de Agustín Lara con el que hizo múltiples actuaciones. Un día se produjo el "exitus letales" y sus versos -"Quisiera morirme el día / en que ya esté casi muerto / de pura melancolía"- se hicieron realidad. Fallece a los 75 años. Sus cenizas se devolvieron a la tierra del Albayzín.
Ese era el final de una brillante carrera llena de éxitos, como insigne poeta y excelente recitador, el mayor de ellos fue la sencillez y humildad con las que supo vivir.
Al lector ha de resultarle gratificante y gozoso, penetrar, en la poesía elemental, estremecida y cercana de este granadino, "porque siempre va, a lo largo y ancho de su obra, estableciendo lazos de profundo afecto a través de su palabra, escritas en papel o recitadas". Y es que la palabra -decía Rafael Guillén- es entrega y al mismo tiempo, atanor por el que discurre, fluido y expresivo, el caudal sonoro y elocuente de nuestros sentimientos.
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